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Actualizado: 4 de junio de 2025


Su Majestad se había incorporado en el lecho. Aún tenía puesta la venda. El general avanzó lentamente, con respeto y cortedad. Extendió la mano con el candelero. La luz iluminó de lleno el semblante de D. Carlos, en el cual no resplandecía ningún destello ni aun chispa leve de inteligencia. Zumalacárregui dijo con voz ahogada por la emoción: «Señor»: y se inclinó. Parecía un pino que se dobla.

Las dos últimas palabras de Quevedo fueron sombrías. Después de pronunciarlas, inclinó la cabeza sobre el pecho, é instantáneamente la levantó, dejando ver en sus enormes y poderosos ojos negros una expresión de soberbia y de blasfemia tales que aterraron á doña Catalina. ¡Oh! ¡qué soy yo para ti! dijo la joven comprendiendo la mirada de Quevedo. ... ¿qué puedes ser , Catalina?

Encantaba además al rey, el que el padre Aliaga no se entremetiese jamás en los asuntos de Estado, porque Felipe III, en abierta contraposición con su padre Felipe II, que pasaba su vida sobre los negocios, sentía hacia ellos una repugnancia invencible. A poco tiempo de llegar fray Luis á la corte, conoció á la reina. Al verla el religioso se inclinó y permaneció con los ojos bajos.

La duquesa y el duque y todos los circunstantes dieron muestras de haber recebido grandísimo contento, y el carro comenzó a caminar; y, al pasar, la hermosa Dulcinea inclinó la cabeza a los duques y hizo una gran reverencia a Sancho.

Ella continuaba en la misma actitud; cerró los ojos como quien siente un pesado sueño, é inclinó la cabeza, buscando apoyo. Lázaro tuvo miedo; estuvo por llamar; la asió por un brazo, y dispuesto á hacerla retirar, le dijo: Vamos, señora, es muy tarde. Usted no se encuentra bien aquí. Vamos, ¿quiere usted que se llame á algún médico? No dijo ella, abriendo los ojos y mirándole con cierta ironía.

El muchacho inclinó la cabeza. «, señor...» ¿Y quién era ella? Flo d'enmetllé dijo el poeta.

Levantáronse los duques y los reyes Minos y Radamanto, y todos juntos, con don Quijote y Sancho, fueron a recebir a Altisidora y a bajarla del túmulo; la cual, haciendo de la desmayada, se inclinó a los duques y a los reyes, y, mirando de través a don Quijote, le dijo: -Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro mundo, a mi parecer, más de mil años; y a ti, ¡oh el más compasivo escudero que contiene el orbe!, te agradezco la vida que poseo.

De pronto, la llama, hizo un amplio agujero en uno de los costados del buque, el palo mayor se abatió sobre el mismo lado, el San Pablo dio una fuerte bandada, se inclinó sobre estribor, y el agua entró a borbotones en la cala.

Y yo también lo creo así dijo ; en cuanto á lo de no ver libremente á mi esposa... en esta parte piensa como yo el autor incógnito; pero prosigamos. Y el rey inclinó de nuevo la vista sobre la carta: «...es necesario que este estado concluya, pero ni lo conseguirá vuestra majestad de Lerma, ni tendrá bastante valor... ¡para hacerse respetar

Este gesto hirió a la solterona, que se apresuró a decir con aguda sonrisa: Pues precisamente porque a te importa es por lo que temo decírtelo. No entiendo... María Josefa se inclinó hacia ella y le dijo: Porque dicen que el padre de la criatura es Luis. Como ya antes había sentido la puñalada, Fernanda quedó impasible y preguntó con indiferencia: ¿Qué Luis? El conde, muchacha.

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rigoleto

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