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Pero entretanto había que hacer economías, y si Minghetti permaneció en el hotel Principal, aunque tampoco pagaba bien, por privilegio misterioso tolerado, Serafina y Julio tuvieron que reducirse a instalar sus personas y baúles en la mediana hospedería que, con el nombre de Fonda de la Oliva, sustentaba, con grandes apuros, el dueño del vetusto café del mismo nombre.

Allí estaba la hospedería, donde eran recibidos los forasteros, ya fuesen legos o religiosos. Estaban también la librería, las sacristías, los guardamuebles y otras oficinas. En el segundo patio, al que se entraba por una puerta exterior, se hallaban abajo los almacenes para el aceite y arriba los graneros.

Formando ángulo recto con el Real Colegio de Loyola, hay otro edificio construido en la misma época, que llaman la Hospedería; allí suelen albergarse los viajeros que acuden a visitar el santuario, y allí pensaba Currita partir la jornada, deteniéndose a comer, descansando un par de horas y prosiguiendo su camino hasta Zumárraga, para alcanzar el tren expreso para Madrid, que pasaba a las cinco y media.

Sentía surgir en su espíritu el sentimentalismo; pero, por desdicha suya, al notar que le molestaba un poco la frescura del río, comprendió que no vivía ya en aquella dichosa edad en que se sueña con las estrellas. Volvió sobre sus pasos y deshizo el camino andado. Al regresar a la hospedería habían ya desaparecido el señor Princetot y su esposa.

Corazón lleno de caluroso entusiasmo, firmeza de juicio, noble generosidad, todo eso se adivinaba oyéndole hablar. Y era realmente extraordinario en un joven que había nacido y se había educado en una hospedería de pueblo.

Con un pequeño latir en el corazón, pensaba Delaberge en la vieja hospedería con su umbral, al que se subía por cinco escalones y con su muestra de hierro enmohecido, en los ojos lánguidamente soñadores de la señora Miguelina y en la figura rabelesiana y llena de malicia de su esposo...

Si alguna vez le parece su casa un poco solitaria, es ésta al menos una soledad deliciosa, mientras que la hospedería del Sol de Oro no es más que un fastidioso desierto. Habían entrado ya en el salón. Entonces repuso la señora Liénard, tomando de sus manos el jarrón cuando se sienta demasiado triste allá abajo, véngase aquí unos momentos.

¿Que a me sería imposible probar?... Sepa usted que me encontraba en la hospedería el día en que Miguelina se dio cuenta de su verdadero estado... Precisamente el Príncipe estaba de viaje hacía ya dos meses... ¡Ah! ¡no estaba ella muy alegre entonces, yo se lo aseguro!... Pero como fue siempre una endiablada mujer, supo engañar tan bien a su marido, que éste nunca sospechó nada... Llegó por fin el niño, fue recibido como el Mesías y el Príncipe no se percató siquiera de que el pequeñuelo se le parecía a usted como una gota de agua a otra gota.

De pronto se paró el carruaje ante una casa toda recién enjalbegada y en la que apenas pudo Francisco reconocer la antigua hospedería, pues había sido renovada por completo. La antigua muestra había desaparecido también y en cambio leíase en la fachada en hermosas letras mayúsculas: HOTEL DEL SOL DE ORO

Al llegar los frailes a Inhiesta, Angustias había desaparecido. La dueña de la hospedería les entregó un papel que la niña había olvidado en la habitación. Era la carta de Xuantipa.