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Actualizado: 11 de junio de 2025
Cuando éstos hablaban se estremecía el suelo, temblaba el aire, y los pobladores de la arboleda, cuervos y liebres, mariposas y hormigas, huían despavoridos para ocultarse, como si el mundo fuese á perecer en ruidosa convulsión. Ahora, los monstruos bramadores permanecían callados. Se llegaba junto á ellos sin verlos.
Eran mujeres que traían carbón a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que venían cargadas, mientras las que habían depositado su carga, descendían por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aquí todas cantaban el mismo canto plañidero, áspero, de melodía entrecortada.
Preguntas son estas que pondrian en bárbaros aprietos al legislador en teoría de esa soñada república platónica. No sé por qué me parece encontrar cierta analogía entre su idea y las asociaciones de las abejas, de las hormigas y de los castores.
En la esquina de la calle del Tribulete despidieron el coche; los chicos sin vacilar fueron derechos a la puerta de una casa vieja y sucia; el mayor se volvió de espaldas y dio con los tacones de sus zapatos rotos algunos golpes; al poco rato abrió una vieja, que dejó escapar al verlos un gruñido nada pacífico; pero su mal humor se convirtió en sorpresa al observar que Hojeda y Miguel atravesaban el portal y seguían a los muchachos; éstos subían decididos la escalera, como hormigas que entran en su guarida; Miguel sacó un fósforo, porque la vieja portera se había retirado con la luz.
Entre tanto, no deja de ser bastante incómodo el tránsito por los bañados, á causa de los enjambres de hormigas de que ya hemos hablado; así es que se sale de ellos con placer para proseguir la marcha por el rio; en el cual tambien hay que evitar otro peligro que amenaza á las pequeñas embarcaciones.
En la calma de este retorcimiento tempestuoso e inmóvil, en la soledad de estos campos poblados de espantables y perennes visiones, cantaban los pájaros, extendían su invasión hasta el pie de los troncos carcomidos las flores silvestres, y las hormigas iban y venían en infinito rosario, socavando como mineras infatigables las añosas raíces.
Luego parpadeaban con una sensación de extrañeza al replegarse en esta cáscara férrea perdida en el infinito, con su hervidero de hormigas sobre el lomo. A espaldas de Mina y su compañero sonaban los discos de madera resbalando sobre la cubierta, empujados por las palas de los jugadores.
En mitad de la cuesta, rodeadas de pinos, había varias tumbas con cruces de madera; tumbas de soldados franceses rematadas por banderitas tricolores. Sobre estos túmulos cubiertos de musgo descansaban viejos kepis de artilleros. El leñador feroz, al destrozar el bosque, había alcanzado ciegamente á las hormigas que se movían entre los troncos.
Pero era muy hermoso cuando, desde arriba y muy por encima de las inmundicias y del tumulto, se sumergía la mirada en ese mundo de hormigas, que parecía tan ínfimo, que se podía, como el mismo Dios, abarcarlo de una ojeada, pero que crecía cada vez más hasta tomar proporciones gigantescas e inquietantes, a medida que se trataba de penetrarlo.
Otros iguales a él avanzaban detrás de su estela con intervalos de centenares de millas, o marchaban delante con el mismo rumbo. Y desde el opuesto hemisferio, una fila semejante emprendía el regreso, moviéndose todos como un rosario de diligentes hormigas en la infinita llanura atlántica.
Palabra del Dia
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