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Actualizado: 11 de junio de 2025
Lo conocía sin haber pasado nunca por él, como conocía todos los caminos y senderos de los Andes, donde hombres y cuadrúpedos son menos que hormigas, trepando lentamente por las arrugas y las aristas de unas montañas tan altas que impiden ver el cielo. Su padre se había dedicado al arrieraje, y todos sus antecesores vivieron del ejercicio de la misma profesión.
Pero están seguros de que no les cae encima la montaña y los entierra como hormigas, y de que el aire no se encenderá para quemarles la cara y las manos. No serán solamente gotas de sudor lo que derramaréis dentro de poco, sino lágrimas, lágrimas bien amargas. ¡Dichosos los que tranquilamente reposan de su trabajo á la fresca sombra de un árbol y comen un pedazo de borona con alegría!
Así se vé que los castores, las hormigas y las abejas fabrican sus casas, hacen sus provisiones, trazan sus exágonos y destilan la miel lo mismo hoy que al principio del mundo, lo mismo mañana que hoy, sin dar un paso adelante. ¿Por qué? Porque les falta la poesía que satisface á la aspiracion de lo mejor, de lo ideal, que es el resorte poderoso de la perfectibilidad humana.
Los importunos alados zumban pedigüeños en torno de la cigarra, interrumpiendo su musical embriaguez; pero los más temibles de estos intrusos son las hormigas, bestias de un egoísmo desvergonzado y arrollador. Las más pequeñas se deslizan por debajo del vientre de la cantora, que, bonachona y tolerante, levanta las patas traseras para no estorbar su camino.
Animábanse los caminos con filas de puntos negros y movibles, como rosarios de hormigas, marchando hacia la ciudad.
Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia.
Esta catedral nos parece gigantesca porque bajo de sus naves somos como hormigas; y sin embargo, la catedral, vista de lejos, es una insignificante verruga; comparada con el pedazo de suelo que llamamos España, es menos que un grano de arena, y sobre la superficie de la Tierra, es un átomo... nada. Nuestra vista nos hace considerar como alturas que dan el vértigo treinta o cuarenta metros.
Pasan incesantemente los automóviles ligeros del ejército americano. Son innumerables; se les encuentra en las calles, en los caminos de la costa, subiendo como hormigas roncadoras las faldas de los Alpes. Una vida robusta, alegre, confiada, una vida de veinte años parece reanimarlo todo. El concierto en la terraza lo da una banda de música americana.
Y si en respecto del firmamento es la tierra como un punto, ¿cuánto será menor puntillo respecto del cielo empíreo? ¿Pues qué dejas, menospreciando el mundo, aunque fueses señor dél, sino un angosto nido de hormigas, por los reales y anchos palacios del cielo?» Aquellas palabras del padre Fr. Diego de Estella traspasaron luminosamente su espíritu.
De vez en cuando un agujero, por el que se veía el interior de la catedral, con una profundidad que causaba vértigos. Eran aspilleras verticales, estrechas bocas de pozo, por cuyo fondo pasaban las personas como hormigas sobre las baldosas del templo. Por estos agujeros bajaban las cuerdas de las grandes lámparas y la cadena dorada que sostiene el Cristo sobre la reja del altar mayor.
Palabra del Dia
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