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Actualizado: 2 de junio de 2025


La noche antes había llegado don Pablo Aquiles de mal talante, porque se encontró al niño en la puerta de Colón, detrás de las de Esteven, lo que vino a corroborar sus sospechas de que festejaba a una de ellas; ya se lo habían dicho no en qué parte, y la idea de que fuese cierto y que los otros pudieran creer que ellos autorizaban semejante cosa, les tenía disgustadísimos.

Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia.

El comandante que era fanático por la música venía al Pavol varias veces por semana y su hijo le acompañaba siempre. De todos modos, siempre tenía la puerta franca, pues lo autorizaban para ello el haber sido compañero de infancia de Blanca y los vínculos del parentesco que unían a las dos familias.

Al llegar al extremo de la calle sentí la necesidad imperiosa de verla otra vez, y di la vuelta, no sin percibir cierta vergüenza en el fondo del corazón, pues ni mi edad, ni mi estado, me autorizaban semejantes informalidades; mucho menos tratándose de tal criaturita. Ya no estaba en el balcón.

Alzar la voz para discutir se consideraba allí como la manifestación más acabada del mal gusto; sólo en las tabernas se disputaba a gritos. A veces había también sus rasgos de ironía, sus chistes; Carlitos y Valle se autorizaban algunos; entonces todos sonreían con benevolencia y hasta se reía suave y discretamente, nunca con fuertes o sonoras carcajadas.

Al llegar al extremo de la calle sentí la necesidad imperiosa de verla otra vez, y di la vuelta, no sin percibir cierta vergüenza en el fondo del corazón, pues ni mi edad, ni mi estado, me autorizaban semejantes informalidades; mucho menos tratándose de tal criaturita. Ya no estaba en el balcón.

Al llegar al extremo de la calle sentí la necesidad imperiosa de verla otra vez, y di la vuelta, no sin percibir cierta vergüenza en el fondo del corazón, pues ni mi edad, ni mi estado, me autorizaban semejantes informalidades; mucho menos tratándose de tal criaturita. Ya no estaba en el balcón.

Varios ídolos de extrañas cataduras y de simbólicas formas, autorizaban y caracterizaban la estancia. Allí estaban representados Agni, dios del fuego; Kamala o Kamela, Venus de la India, de cuyo nombre proceden, en nuestro vulgar idioma camama, camelo y sus derivados; y allí estaban también Indra, Varuna y hasta la misma Trimurti.

Pero el malagueño vino a muy risueño y se sentó también al lado de la de Anguita, y le dijo con una rudeza que todos se autorizaban con aquellas jóvenes, y él, por su carácter, con más razón: ¿Para qué me perzigue usted a este gachó, si ya está amartelaíto perdío por otra niña zevillana? ¿De veras está usted enamorado, Sanjurjo? me preguntó Joaquinita, visiblemente contrariada.

Palabra del Dia

irrascible

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