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Y aunque así no fuera: ¿De qué valían las glorias y loores del mundo, de este «nido de hormigas», como lo apellidaba el inspirado religioso? ¿No era, acaso, todo ello castillo de cañas para el fuego de la muerte? ¿Qué más valía el paso de un hombre sobre la tierra?... Cualquier frágil baratija duraba más que su dueño.

Yo he sido sordao, no de los de ahora, que van en ferrocarrí, como los señoritos, sino de los que llevaban morrión alto e iban a pie por las carreteras. Yo he corrío toda la nación matando hormigas, y he visto mucho en mis viajes.

Y no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino en haber comparado la amistad destos animales a la de los hombres, que de las bestias han recebido muchos advertimientos los hombres y aprendido muchas cosas de importancia, como son: de las cigüeñas, el cristel; de los perros, el vómito y el agradecimiento; de las grullas, la vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la honestidad, y la lealtad, del caballo.

Los sociólogos las estudian con gran cuidado. Las hormigas y las abejas se agrupan en urbes regimentadas sabiamente; son metódicas unas y otras, son laboriosas, son sagaces, son perseverantes, son humildes, son industriosas. Las arañas, en cambio, no se agrupan en sociedad jerarquizada; son los más fuertes de todos los insectos. Los naturalistas se plañen de su insociabilidad.

Tocó el cerrojo para cerciorarse de que estaba corrido, y se fue a la sala. Patricia volvió a la cocina. «En todo caso, es demasiado pronto» pensó Fortunata sentándose en una silla y poniéndose a pensar. Fue como una concesión a las ideas malas que con tanta presteza surgían de su cerebro, como salen del hormiguero las hormigas, en larga procesión, negras y diligentes.

Vacas y mulas muertas, en compañía de buen lote de animales salvajes ahogados, fusilados o con una flecha plantada aún en el vientre. Altos conos de hormigas amontonadas sobre un raigón. Algún tigre, tal vez; camalotes y espuma a discreción, sin contar, claro está, las víboras. Candiyú esquivó, derivó, tropezó y volcó muchas veces más de las necesarias para llegar a la presa.

Tan propio es al hambriento no reparar en salsas, como al necesitado salir a cualquier partido; era poco; pasélo presto con las buenas ganas; en el pan me detuve algo más, comílo a pausas, porque siendo muy malo, fué forzoso llevarlo despacio, dando lugar unos bocados a otros que bajasen al estómago por su orden; comencélo por las cortezas y acabélo con el migajón, que estaba hecho engrudo; mas tal cual no le perdoné letra, ni les hice a las hormigas migaja de cortesía, más que si fuera poco y bueno.

Como si lo viera. ¡Y me harás creer a que no piensas en él!... Cuando una está encerrada entre tanta cosa de religión, misa va y misa viene, sermón por arriba y sermón por abajo, mirando siempre a la custodia, respirando tufo de monjas, vengan luces y tira de incensario, paice que le salen a una de entre todas las cosas malas o buenas que ha pasado en el mundo, como las hormigas salen del agujero cuando se pone el Sol, y la religión lo que hace es refrescarle a una la entendedera y ponerle el corazón más tierno.

Se lanzó el carruaje montaña arriba, por un camino de violentos zigzags. Al final de cada ángulo se mostraba Monte-Carlo, más hundido, más pequeño, como una ciudad de caja de juguetes, con los tejados rojos y muchas hormigas siguiendo el hilo de sus calles para aglomerarse en la plaza.

Vi primero el pueblo de Badillo, miserable como casi todos los de las orillas del bajo Magdalena; despues el caserío lamentable de Las-Pailas, donde el sol devora y las serpientes abundan como las hormigas; mas abajo la Bodega del vecino distrito de Puerto-nacional, el sitio mas ardiente de todo el Magdalena, y por último, para completar el cuadro del dia, la aldea de Regidor, donde nos esperaba una singular escena de costumbres nacionales y de contrastes en extremo románticos.