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Entonces me dijeron que habiendo salido otra balandra a reconocer los restos del Rayo, y los de un navío francés que corrió igual suerte, me encontraron junto a Marcial, y pudieron salvarme la vida. Mi compañero de agonía estaba muerto. También supe que en la travesía del barco naufragado a la costa habían perecido algunos infelices.

Acostóse con ellos, y, como si fueran pulgas, no le dejaron dormir ni sosegar un punto, y juntábansele los que le faltaban de sus medias; pero, como es ligero el tiempo, y no hay barranco que le detenga, corrió caballero en las horas, y con mucha presteza llegó la de la mañana.

Aixa no se movía. Sus largos cabellos flamearon. El refajo que habían dejado sobre sus piernas ardió bruscamente. Una horrible convulsión corrió por todo su cuerpo. Entonces, imponente columna de humo y de pavesas la envolvió de súbito, ascendiendo acelerada y terrible en la penumbra de la tarde. El fuego rugía.

En aquel momento sonó la campanilla y Leocadia corrió a abrir. Era doña Manuela, que al hallarse frente a Pepe se sintió inmutada. ¿De qué color era la casulla? le preguntó él bromeando. ¿Y por qué te quedas así, mamá? ¡Ni que fuera yo un guardia civil! ¡Como tienes esas ideas! No vayas a pensar que me enfado: ni tengo derecho, ni hay por qué.

Entonces huyó el niño de allí desolado; corrió ciego a la Nursery y se arrojó de cabeza en su blanca camita, con la enconada amargura y la sombría desesperación del suicida que se arroja, solo y sin esperanzas, en un abismo oscuro, negro, profundo... El sueño, el sueño bendito, fiel amigo de los niños, suave consolador de todos sus pesares, vino al fin a acallar sus sollozos y contener sus lágrimas, adormeciéndole allí mismo, sin variar de postura, vestido todavía y con sus premios en la mano...

También él miraba a Lucía, con tal pena y lástima, que no lo pudo ella sufrir más, y corrió a la puerta. En el umbral, Artegui sondeó con la mirada las profundidades del jardín. ¿La acompaño a usted? dijo. No pase usted de ahí... apague la luz, cierre al punto la puerta.

En el fondo de todos los corazones hay siempre unos granitos de odio para el que tiene mucho dinero. Corrió por el paseo la voz, y al día siguiente se presentaron en el café de Marañón más de cincuenta mancebos.

Corrió la chiquilla, y volvió desalada al instante diciendo: «Señora, D. Romualdo». Efecto de gran intensidad emocional, que casi era terrorífica.

Vieron entonces que Guillermina pasaba en dirección al cuarto de Severiana, y doña Lupe corrió a recibir de su boca augusta los plácemes que merecía. «¡Oh, qué buena es usted! le dijo la santa, estrechándole las manos . ¡Quedarse aquí cuidando a esta pobre...! No, no diga usted que esto no vale nada.

Inesita saltó de la cama llena de sobresalto. Se puso una bata, sin atender a más cuidado, por la precipitación, y corrió al saloncito, donde Beatriz se hallaba. ¿Qué tienes, hermana? ¿Por qué lloras? preguntó Inesita con mucho cariño apenas entró en el saloncito y vió a Beatriz tan afligida.