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Cuando el capitán del «steamer», un yanki imprudente, de hocico de cerdo, al pasar por Nankin, me propuso ir a recorrer las monumentales ruinas de la vieja ciudad de porcelana, yo rechazé la proposición con un seco movimiento de cabeza, sin levantar los ojos tristes de la tranquila corriente del río.

Al hacer la oferta de su blanca mano, acompañándola de un suspirar tierno y de remilgos de vergüenza, con sus enormes labios que se dilataban hasta las orejas o se contraían formando un hocico monstruoso, Benina no pudo evitar una risilla de burla.

Levantó, por último, con suavidad la cabeza, que la condesa se apresuró á tomar entre sus manos. El moribundo perro alargó un poco el hocico, lamió una de aquellas manos y expiró.... Acababan de sonar las dos de la noche. El reloj del salón principal, oculto en su caja de madera negra, había vacilado algún tiempo antes de darlas. Las tinieblas envolvían el salón y toda la casa.

Hasta se asegura que Batilo, el más taciturno de los perros conocidos, participó de la opinión general: se alzó sobre sus patas, alargó el hocico y ladró. Pasados los primeros momentos de confusión, Paz recobró aliento, y dijo con voz entrecortada por la cólera: Niña, esas ideas no me llaman la atención. Ya la conocíamos á usted de oídas.

El perro rondaba el fúnebre catafalco, estirando el hocico, queriendo lamer las frías manecitas de cera, y prorrumpía en un lamento casi humano, un gemido de desesperación, que ponía nerviosas á las mujeres y hacía que persiguiesen á patadas á la pobre bestia. Al mediodía, Teresa, escapándose casi á viva fuerza del cautiverio en que la guardaban las vecinas, volvió á la barraca.

Los perros helénicos comprendieron que no era un bárbaro quien osaba pisar el suelo sagrado de la Hélade, lo reconocieron y le rindieron acatamiento moviendo el rabo. Al mismo tiempo Talín se acercó á ellos y cambió con Faón un saludo amical rozándole el hocico.

Mientras Susana le miraba compasiva, el filósofo recorría la pieza, metiendo las narices, estirando el hocico, con movimientos de cabeza más de desdén que de asombro. A veces, tendía la mano para palpar un objeto, pero se contenía. No temas, Nanita decía, ya que esto se llama mírame y no me toques.

Había pasado media hora, y los cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocico extendido e hinchado de lamentos bien alimentados y acariciados por el dueño que iban a perder continuaban llorando su doméstica miseria. A la mañana siguiente míster Jones fué él mismo a buscar las mulas y las unció a la carpidora, trabajando hasta las nueve. No estaba satisfecho, sin embargo.

En el tacuapí, bajo él y alimentándose acaso de sus brotos, viven infinidad de roedores. Cuando aquél se seca, sus huéspedes se desbandan, el hambre los lleva forzosamente a las plantaciones; y de este modo los tres perros de Fragoso, que salían una noche, volvieron en seguida restregándose el hocico mordido. Fragoso mató esa misma noche cuatro ratas que asaltaban su lata de grasa.

Al fin acabó por cansarse, quedando inmóvil, con el hocico babeante y la cabeza baja, tembloroso sobre sus piernas, y entonces Gallardo abusó de la estupefacción de la bestia, quitándose el calañés y tocando con él su cerviz. Un aullido inmenso se elevó detrás de la empalizada saludando esta hazaña.