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Actualizado: 7 de junio de 2025
JOAQUÍN. Me siento atraído hacia usted por una simpatía de artista. Quiero revelárselo a usted misma. Echa a andar, coge su sombrero y se retira, siempre digno y solemne. El trabajo prosigue. De súbito entra Lafripe, una especie de bohemio sin edad, hirsuto, canoso y con la ropa llena de manchas. LAFRIPE. ¡Ustedes dispensen, señoritas! Acaba de marcharse, caballero.
El cura, que estaba espantosamente lívido, dijo con voz ronca: «Podemos empezar,» y al instante arremetió con Marroquín, dándole una granizada de puñetazos que, por precipitados y descompuestos, no consiguieron aturdir al hirsuto profesor, el cual echando dos pasos atrás, y alzando la mano, asestó al cura, en medio de la cara, tan tremenda bofetada, que medio le volcó, y si no hubiera sido por la mesa, en que tropezó, le hubiera volcado por entero.
El que así hablaba era un hombre fornido, de áspero bigote, estrecha frente, pelo hirsuto y fuerte, rebelde a peines y cepillos, con las puntas hacia adelante, y quijada brutal, que se disimulaba un tanto bajo una sonrisa bondadosa.
Todo tiene en la naturaleza su punto culminante, su nota dominadora, su faz grave y severa: la selva, el roble centenario; el océano, la ola inmensa de cresta arrebolada; el desierto, el león hirsuto y arrogante; y la sociedad, el genio. ¡Y genio fue José Martí! Murió a los 42 años y es asombrosa su labor política y literaria.
Apenas si hablaba el señor Novillo; de tarde en tarde se sonreía, enseñando unos dientes de blancura irreprochable, que, rodeados del hirsuto contorno, parecían una estría de carne de coco asomándose entre la cáscara pardusca y crinada; pero la mitad superior de la cara y los ojos seguían parados y tristes.
Con este suceso, que llamó extraordinariamente la atención, dejose en paz al hirsuto Marroquín, «el cual por lo menos sabía guardar las formas,» según decía D. Leandro, el tiple de San Isidro.
Era un hombre enorme, membrudo, con los pómulos salientes, la mandíbula cuadrada y fiera, el pelo recio e hirsuto invadiéndole la frente, y unos ojos profundos que, en ciertos momentos, brillaban con el resplandor verdoso de los felinos.
Sirva de ejemplo Antonio Vico: yo creo que la mitad de su poder trágico residió en el bosque hirsuto, terriblemente amenazador y elocuente, de sus cejas irritables.
El sol de otoño inundaba el cuartujo monástico donde eran recibidos los embajadores. Don Alonso respiró al entrar un tufo de ungüentos medicinales. Dos anchos bufetes cargados de papeles ocupaban el fondo. En uno de ellos trabajaba Rodrigo Vásquez, en el otro un hombrecillo hirsuto y barbinegro que don Alonso no conocía.
Todos en el país conocían la situación del llamado «rancho de Manos Duras»; pero pocos iban á él, por ser lugar de mala fama. Algunas veces, los que pasaban con cierta inquietud por sus inmediaciones sólo conseguían tranquilizarse al notar su soledad. No ladraban ni salían al camino los perros de hirsuto pelaje, ojos sangrientos y agudos colmillos acompañantes del gaucho.
Palabra del Dia
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