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Actualizado: 13 de octubre de 2025


Había visto tu pecho sin corazón, tus rollizos brazos de cantante hinchados y sin músculos, tu espada de metal repujado, y sentido dentro de tu hueca cabeza la pesada borrachera y el aplanamiento cerebral de un bebedor de cerveza. ¡Y pensar que, al emprender esa insensata guerra de 1870, contaron contigo nuestros diplomáticos! ¡Ah, si ellos se hubiesen tomado también la molestia de subir por dentro de la Bavaria!

Pasó este tiempo, vino otro, Subieron á más alteza; Las cosas ya iban mejor; Hizo entonces Artieda Sus Encantos de Merlín Y Lupercio sus tragedias. Virués hizo su Semíramis, Valerosa en paz y en guerra: Morales su Conde loco, Y otras muchas sin aquestas. Hacían versos hinchados, Ya usaban sayos de telas De raso de terciopelo, Y algunas medias de seda.

Allí dentro guardabais los enormes perros de hinchados carrillos, que ladraban noche y día

La tripulación, cinco hombres y un muchacho, cenó después de la maniobra de salida, y una vez rebañado el humeante caldero, en el que hundían su mendrugo con marinera fraternidad desde el patrón al grumete, desaparecieron por la escotilla todos los libres de servicio, para reposar sobre la dura colchoneta, con los vientres hinchados de vino y zumo de sandía.

Me recuerdas a los veteranos de mi tiempo, a los del Sambre, a los de Egipto. ¡Bah, bah, bah! No teníamos los carrillos hinchados ni estábamos relucientes de grasa; mirábamos como las ratas hambrientas cuando ven un queso, y teníamos los dientes largos y limpios.

Telva, asombrada, la siguió unos instantes con la vista: luego se encaminó hacia el pueblo atormentada por la curiosidad. Justamente cuando pasaba por delante de la casa del tío Goro salía éste y su esposa acompañando á una señora. Telva se dirigió resueltamente á ellos y los saludó. ¿Han tenido ustedes alguna desgracia, tía Felicia? preguntó viendo á ésta con los ojos hinchados de llorar.

Y junto a ellos, y haciendo contraste, las muchachas del pueblo con su fisonomía dulce, sus mejillas sonrosadas y su traje pintoresco; y los niños con su semblante alegre, sus carrillos hinchados para tocar los pitos, o sus bracitos agitados tocando los panderos; todo aquello me pareció un sueño de Navidad.

Apenas podía sostenerse sobre sus pies hinchados y doloridos, sus arterias latían con violencia, partía sus sienes un agudo dolor; una sed ardiente le devoraba. Y para aumento del horror de su situación, unos sordos y prolongados mugidos le anunciaban la proximidad de algunas de las toradas medio salvajes, tan peligrosas en España.

A pesar de que el día era de trabajo, se llenó el templo de lo mejorcito de los barrios inmediatos: gruesas mujeres de ojos negros y cuello corto, con el corpiño y la falda hinchados por abultadas curvas, vistiendo trajes negros de seda y con mantillas de blonda sobre el rostro pálido; menestrales recién afeitados, con terno nuevo, sombrero redondo y gran cadena de oro en el chaleco.

Era su marcha una enrevesada peregrinación por las calles, deteniéndose ante las puertas cerradas; un aldabonazo aquí, tres y repique más allá, y siempre, á continuación, el grito estridente y agudo, que parecía imposible pudiese surgir de su pobre y raso pecho: «¡La lleeetJarro en mano bajaba la criada desgreñada, en chancleta, con los ojos hinchados, á recibir la leche, ó la vieja portera, todavía con la mantilla que se había puesto para ir á la misa del alba.

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