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Actualizado: 13 de octubre de 2025


Los tenía tan hinchados que apenas cabían en los pantuflos. ¿Verdad, madrina, que hará usted todo lo que le mande el doctor? Me respondió que , moviendo la cabeza. ¿Verdad que tomará usted las medicinas? Sonrió e hizo un movimiento afirmativo. Tía Pepilla tenía húmedos los ojos. Me acerqué, y arrodillándome junto al sillón quise abrazar a la anciana. ¡Adiós, tía! Vendré la próxima semana.

Y momentos después, cuando el gaitero y los demás músicos vinieron a reclamar su parva o desayuno, el guiso de intestinos de castrón, hígado y bofes, llamado en el país mataburrillo, ¡cuán digna de su pincel encontraría la escena de rozagante apetito, de expansión del estómago, de carrillos hinchados y tragos de mosto despabilados al vuelo, que allí se representó entre bromas y risotadas!

La patrona, dejando las ociosas lanas, dió principio á su tocado, que era algo complicado, porque consistía en una restauración concienzuda de todos los deterioros que en su persona hacían lentamente los años. Después de dar al viento la poca abundante cabellera, comenzaba á tejer un moño, que, á no recibir el refuerzo de unos hinchados cojinillos, no sería más grande que un huevo.

Traía en pie el cuello del gabán, ajada la camisa, un apabullo en el sombrero, rojos e hinchados los ojos, y trascendíale el aliento a vino trasnochado. Quedóse muy sorprendido y turbado a la vista de Currita, y con la forzada sonrisa del escolar que encubre una picardihuela con una mentira, le dijo: He estado a ver a los antropófagos... En el Jardín de las Plantas.

Su furor no tuvo entonces límite, y vino a aumentarlo el cazurro Martínez, que con los carrillos hinchados y la boca llena de risa reventaba por soltar la presa, y soltóla al fin, diciendo a modo de fisga: ¡Abortó la conspiración!... ¡España puede ya dormir tranquila!...

Entró Pepe Vera, abrió las persianas para que entrase la luz, se echó sobre una silla sin dejar de fumar, y mirando a María, cuyas mejillas encendidas y cuyos ojos hinchados indicaban una seria indisposición. ¡Buena estás! le dijo . ¿Qué dirá Poncio Pilatos? No está en casa respondió María cada vez más ronca.

Su mujer salió á la puerta del cuarto con los ojos hinchados, enrojecidos, y el pelo en desorden, revelando en su aspecto cansado varias noches pasadas en vela. Acababa de marcharse el médico; lo de siempre: pocas esperanzas. Después de examinar un rato al pequeño, se había ido sin recetar nada nuevo. Únicamente al montar en su jaca había dicho que volvería al anochecer.

De vez en cuando deteníase para echar piedras a los pájaros o a los lagartos hinchados y negruzcos que asomaban entre las chumberas. ¡Lo que a él le importaba la muerte!... Margalida caminaba junto a su madre, silenciosa, abstraída, con los ojos muy abiertos: unos ojos de vaca hermosa que miraban a todas partes sin ver, sin reflejar pensamiento alguno.

Pero misia Gregoria no participaba de esta conformidad; cuando se repuso, apretando el pañuelo sobre los ojos hinchados, contó la historia de la desgracia. El ciclón desencadenado sobre la Bolsa había arrastrado todo, casas, tierras, depósitos bancarios... así, en un santiamén... ¡todo, todo! Lo único puesto en salvo era la estancia, que les serviría de asilo.

Miró a Lucía, y viéndola descolorida y los ojos hinchados, le dijo bondadosamente: Retírese un poco, hija, a descansar... está usted del color de la muerta. No ordena Dios tratarse así. Lo que haré, Padre respondió Lucía , será bajar un rato al jardín a tomar el fresco.... Juanilla se quedará aquí.... Me arde la cabeza, necesito aire.

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