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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Y entonces tendrá que ver que al digno comerciante don Juan Peña, cuando suba a almorzar, se le cuelguen de los brazos unos cuantos angelitos cabezudos, de hinchados mofletes, y no le dejen tragar bocado con tranquilidad.
Había una fuente en que Galatea se recostaba sobre las olas, y sus corceles azules como el mar sacaban los pies palmeados, mientras algunos tritones soplaban, hinchados los carrillos, en la retuerta bocina.
Por la tarde, ella, Isabel y el conde se presentaron de improviso en mi cuarto. Tuve una alegría inmensa y más cuando Isabel me dijo en voz baja que Gloria había tomado la iniciativa en aquella visita. Cuando entró estaba pálida y tenía los ojos hinchados de llorar. Después que me oyó hablar, el susto dio paso a la indignación.
La gloriosa enseña, adornada con recuerdos de 1870, le servía para alcanzar ciruelas todavía verdes. Los que estaban sentados en el suelo aprovechaban este descanso extrayendo sus pies hinchados y sudorosos de las altas botas, que esparcían un vapor insufrible.
Y separándose un poco, para ver el efecto de su malicia, miró al beneficiado con ojos llenos de picaresca intención, mientras los carrillos cárdenos e hinchados delataban un buche de risa, próxima a derramarse por las comisuras de los labios. Puede ser contestó don Custodio, subrayando las palabras, para darse por enterado de la intención del otro.
Fermín echó una mirada al interior del Tabernáculo. Nadie. Los toneles inmóviles, hinchados por la sangre ardorosa de sus vientres, con el pintarrajeo de sus marcas y escudos, parecían viejos ídolos rodeados de una calma ultraterrena. La lluvia de oro del sol, filtrándose al través de los cristales de la cubierta, formaba en torno de ellos un nimbo de luz irisada.
El médico sentía angustia examinando á los dos contendientes, con la cara pálida, sudorosos, las piernas inmóviles y como petrificadas, el busto en incesante vaivén, los brazos hinchados por el esfuerzo; y recordaba á otros que habían caído en aquellas apuestas brutales, muertos como por un rayo, heridos en el corazón por el exceso de actividad.
Don Pablo Aquiles sorprendióla con los ojos hinchados, pero ella alegó que era a causa del insomnio, y cuando vino Agapo, como solía, la encontró abatidísima y sin ánimos para cambiar una palabra siquiera; don Pablo se amilanó con esto, porque, a la verdad, en la casa se notaba algo, que no se sabía explicar, se sentía venir algo, muy malo, muy malo, ¿qué cosa? se ignoraba.
Se le murieron los rocines y tuvo que entramparse para comprar otros. Lo que le valía el continuo acarreo de pellejos hinchados de vino ó de aceite perdíase en manos de chalanes y constructores de carros, hasta que llegó el momento en que, viendo próxima su ruina, abandonó el oficio.
Consiguió arrancarle diez duros: se fue a su cuarto y dio rienda suelta a las lágrimas que había podido reprimir. Su marido la encontró con los ojos hinchados. ¿Por qué has llorado? preguntole impetuosamente. Por nada, hombre; no te asustes. Son cosas de mujeres. ¿No sabes el estado en que me encuentro? Se convenció. Había oído a los médicos hablar de estas crisis.
Palabra del Dia
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