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Solamente el Himno Nacional tiene notas comparables a las que yo encontré en esta frase sencilla me pareció ver el sol dentro de aquel salón oscuro. ¡Traigo esta carta para Usía...; es de mi coronel! Rompió la cubierta, tomó la cartulina que contenía y luego de recorrerla, exclamó: ¡Diez años de servicio sin un arresto, y dos ascensos por acción de mérito!... ¿Qué es lo que desea, sargento?

Espera un instante; déjame escuchar la serenata de ese ruiseñor que canta encima de nosotros. Si yo tuviese su voz y su inspiración, hermosa mía, también pasaría la noche cantándote al oído el himno del amor. No aquí dijo ella riendo y poniéndose en pie , porque aquí no te escucharía. ¡Un instante, un instante nada más!

El millonario era á modo de un poeta del capital, y sacudiendo su ensimismamiento, rompió en un himno á aquella fuerza casi sagrada, puesta en manos de contadísimos iniciados. Cierto, que el trabajo, que era un auxiliar indispensable, sufría crisis y miserias, ¿pero por esto había que renegar del progreso, legítimo hijo del capitalismo industrial?

Después de poner mi óbolo humilde en él gorro de uno de los artistas proscritos, me alejé acongojado, sintiendo que llevaba en mi oido como el eco vago de los últimos aires del himno italiano, y orgulloso de haber nacido en el seno de la democracia para poder ofrecer desde el fondo de mi corazon un voto de fraternidad á los hermanos oprimidos.

En tales cuadros la vida resulta amable y digna de ser vivida, por áspera y brava que parezca. Y el mar, inmenso coro de esta humilde tragedia, parece asociarse al esfuerzo de sus domadores, entonando con ritmo pausado y solemne el himno de la paz de la conciencia, que huye del agosto del Berrugo y calienta la puchera del Lebrato.

Allí, en medio de sonrosadas y luminosas nubes, se adelantan los tres arcángeles, Miguel, Rafael y Gabriel, y declaman, al compás de una música verdaderamente celestial, aquel elocuentísimo himno en alabanza del Criador y en alabanza del Universo, su obra, la cual sigue hoy tan perfecta como en el día en que fué creada.

Las mujeres, que iban subiendo al cielo, cantaban; y D. Fadrique oía, á través del ambiente tranquilo, los últimos versos del himno, que decían: Mors piavit, mors sanavit Insanatum animum Con estos dos versos en la mente se despertó D. Fadrique. Apenas se hubo vestido, oyó que daban golpecitos á la puerta. ¿Quién es? preguntó? Soy yo, tío dijo la dulce voz de Lucía.

Sobre todo ¿qué han de decir si nadie ha de leerlo? Ni Quintanar. Nunca ha entendido mi letra cuando escribo deprisa. Estoy sola, completamente sola. Hablo conmigo misma, secreto absoluto. Puedo reír, llorar, cantar, hablar con Dios, con los pájaros, con la sangre sana y fresca que siento correr dentro de . Empecemos por un himno. Hagamos versos en prosa. «¡Salud, salve!

Y aunque algún personaje de espíritu ligero y afeminado manifestó por lo bajo que lo que él aplaudía eran los ojos negros y los dientes blancos de las peñascas, tenemos la certeza de que la mayoría supo apreciar perfectamente la intención pura y el clasicismo del himno del vate de Peñascosa.

¡Ah, ! exclamó el hidalgo, cerrando los ojos y pasando su mano descarnada por la frente. ¡La he amado!... Por un momento fui comparable a los inmortales del Olimpo. La felicidad cantó dentro de mi alma el himno más hermoso que acompañó jamás a sus divinos juegos. El sol se levantaba y se acostaba tan sólo para dorar mis ilusiones.