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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Con razón exclamaba un elocuentísimo y famoso orador español, no sin suspirar y verter lágrimas: ¡yo no como, yo me alimento! Nuestra cocina... esa que está degenerada.

En cierto pueblecito, por ejemplo, donde años ha solía yo ir de temporada, no hay sermón de Cuaresma ni de Semana Santa que agrade o que conmueva, aun siendo elocuentísimo y sentido, si no se pronuncia con un tonillo singular que los predicadores suelen aprender, si ya no lo saben, antes de subir al púlpito.

Esto y más les dijo este generosísimo propagador de la ley de Dios, con grande energía de espíritu, porque de suyo era elocuentísimo. Y á la verdad era necesaria tal eficacia en sus palabras para que sus indios perseverasen y pudiesen sufrir tantos trabajos.

No tardaron en aparecérsele media docena de raqueros que, por única bienvenida, le sacudieron tal descarga de coquetazos y de piñas, que el pobre quedó tendido en el suelo, aunque sin extrañarse de semejante acogida, como no se extraña un novel académico, al ingresar en el seno de la corporación, del consabido elocuentísimo discurso que le dedican los veteranos.

Y movido allí por el genio o espíritu que interiormente le agita, pronuncia un sermón elocuentísimo lleno de amor de Dios y del prójimo, que deleita y conmueve a la muchedumbre devota, la cual no ve ni sospecha la menor herejía, y que ofende e indigna a los canónigos del cabildo. ¿Ha surgido acaso en la remota ciudad donde ocurren estos sucesos un flamante reformador de la Iglesia: un Savonarola, cuando no un Lutero?

Con tal eficacia penetraron en el centro íntimo del alma de María Antonia Fernández estos sentimientos delicados que me atrevo a sospechar que predispusieron a aquella mujer para que a poco, estimulada por la tempestad, por el sermón elocuentísimo del padre Atanasio, y hasta por la pintura de la Magdalena, se obrase de súbito su conversión milagrosa.

Séneca había compuesto un elocuentísimo discurso contra la ira, lo cual de nada sirvió, ya que no se sabe de sujeto alguno que haya dejado de ponerse iracundo y de hacer mil barbaridades, convencido y corregido por los razonamientos de Séneca.

Allí, en medio de sonrosadas y luminosas nubes, se adelantan los tres arcángeles, Miguel, Rafael y Gabriel, y declaman, al compás de una música verdaderamente celestial, aquel elocuentísimo himno en alabanza del Criador y en alabanza del Universo, su obra, la cual sigue hoy tan perfecta como en el día en que fué creada.

Palabra del Dia

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