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Y si el tiempo con el laurel corona nuestros esfuerzos, y mi patria amada surge cual reina de la ardiente zona, blanca perla del fango, redimida, entonces vuelve y con vigor entona el himno sacro de la nueva vida, que nosotros el coro cantaremos aún cuando en el sepulcro descansemos.

La procesión venía de la iglesia mayor donde se había dicho solemne misa y cantado un <i>Te Deum</i>. El pueblo no cesaba de gritar <i>¡Viva la nación!</i>, como pudiera gritar ¡viva el rey!, y un coro que se había colocado en cierto entarimado detrás de una esquina entonó el himno, muy laudable sin duda, pero muy malo como poesía y música; que decía: Del tiempo borrascoso que España está sufriendo va el horizonte viendo alguna claridad.

Jamás me pareció tan extraordinario como aquella noche, velada única y última en que quise oírle. Todo era selecto, hasta el idioma fluido, ondulante y rimado que presta a la idea choques sonoros y hace del vocabulario italiano un libro de música. Cantaba el himno eternamente tierno y lamentoso de los amantes que esperan.

Esperemos los dias venideros: El rocío la flor fecundará, El sol relucirá tras negra noche, Y el cielo nos dará la libertad! Un himno fué tu vida, que la muerte Hizo en tus dulces labios espirar, Como espira el sonido de una cuerda Que la tension obliga á reventar.

Tenían mucha razón... Desengáñese usted, señor conde, los curas vamos de capa caída... caiiida... caiiida... Pues á pesar de todo, señor cura, le aseguro que me va fastidiando cada día mas la farsa y la frivolidad de la capital. No puedo soportar á tanto necio, á tanto advenedizo, á tanto sapo hinchado como ahora ha subido á la superficie al son del himno de Riego...

Porque el pobre don Celso estaba ya para poco, y en acabándose él... En fin, lo de costumbre... Por aquí se coló don Pedro Nolasco con un himno «cañoneado» a la madre Naturaleza, y un juicio comparativo sobre la paz de la aldea y los laberintos de la ciudad.

Augusti, Christliche Archeologie, B. 1, S. 229, nota 329. Chronicón Turonense, por Martene, tomo IV, Collectio amplissima, pág. 924. Hildeberto de Tours describe así la manera con que se cantaba este himno: Angelicum pos hæc sacrifex pater incipit chorum, Incœptum complet vociferando chorus. Incipiat, memoret quæ salvatoris in ortu Gaudia pastores Angelus edocuit.

Figurábase que ofendía a los demás, haciendo ver la supremacía de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quería tampoco profanar, haciéndolo público, aquel encanto íntimo, aquel himno de la conciencia que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. Únicamente se clareaba alguna vez, soltando como al descuido estas entrecortadas razones: «¡Ay qué chico!... ¡cuánto lee!

La belleza frágil y mimosa de la hembra conquista y rinde la voluntad arisca del gallo, quien, en un soberbio «Himno al Sol», la descubre su amor.

Si entendemos por carne la sustancia organizada y viviente de que se vale el Artífice supremo para revestir de forma sensible su idea, haciendo patente la hermosura, ya por operación de naturaleza, ya por intervención de la voluntad y del entendimiento humanos, que pulen, acicalan y asean lo que naturaleza preparó y dispuso cual primitivo bosquejo, declaro que el Himno á la carne me parece muy bien, prescindiendo del título, porque ni las nubes nacaradas, ni la cándida luna, ni el sol, ni las flores, ni los verdes bosques, ni los lozanos verjeles, ni nada de cuanto he visto y veo por esos mundos, es más hermoso que una mujer aseada y hermosa.