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Actualizado: 27 de junio de 2025


¡Bah! interrumpió despreciativamente don Fernando. ¡Después de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, la casa de Austria se extinguió sin sucesión en Carlos II el Hechizado... aclaró Pablo. Justo confirmó doña Inés. Y después vinieron los Borbones, pero Borbones españoles, con Felipe V, Carlos III y nuestro buen rey Carlos IV.

Morsamor, entonces, tomó a Urbási en sus brazos, recogiéndole cuidadosamente la falda; atravesó con rapidez y valentía por el salón incendiado; y, precedido de Tiburcio llegó sano y salvo hasta el arranque de la grande escalera. Hechizado y orgulloso de su dulce carga, nada le fatigaba su peso, y Morsamor no la hubiera soltado a no exigir ella descender la escalera por su pie.

El Padre Ambrosio no consideraba sin embargo a Roma como ciudad-relicario, museo de antigüedades, residuo maravilloso pero inerte de poderío y grandeza jamás igualados antes ni después en la historia. Roma para él había sido siempre, y entonces era más que nunca, porque volvía deslumbrado y hechizado por el esplendor, la elegancia y el lujo de la corte de León X, Roma era para él en realidad la Ciudad Eterna, la reina de las ciudades, la capital del mundo. El pensamiento profundamente católico y español del Padre Ambrosio, si no auguraba, si no se atrevía a profetizar una monarquía universal, la creía posible y hasta probable y creía ver en el giro de los sucesos y en el desenvolvimiento que iban tomando las cosas humanas, que todo se encaminaba la formación de tan gloriosa monarquía, si monarquía podía llamarse, y no debía darse otro nombre a lo que imaginaba el Padre.

Por la noche decía en el café, chupando con delicia un cigarro habano: No hay nada en el mundo como una chula de Lavapiés. Estoy hechizado con mi Conchilla. Ni la mitad del presupuesto voy a invertir. El que tenga la suerte de embarcarse en una de estas fragatas, puede viajar hasta el fin del universo con tres pesetas. Con razón lo pudo decir, pues a los pocos días había logrado rendirla.

Bien se puede afirmar que el poder de los elementos, sojuzgado y hechizado por la confianza magnánima de nuestros navegantes, se complació en favorecerlos, haciendo fácil y rápido su viaje. Pronto, casi siempre a la vista de la extensísima costa, llegaron al extremo sur del continente negro.

Moreno se mostraba torvo y receloso, hallándose tristísimo en la aborrecible compañía de «tanto explotador de la ignorancia humanaEn cambio D. Pantaleón, siempre grande y profundo, parecía hechizado; no se cansaba de hacer observaciones antropológicas sobre todo lo que veía y oía, sacando a cada instante su cuaderno de notas y escribiendo en él, sin advertir la curiosidad de que era objeto.

Téngalo usted muy en cuenta y dígame qué tiempo se necesita para darle por la mar... porque ha de ser por la mar el paseo de hoy, o no me embarco. Pues por la mar será si usted quiere respondió Leto, hechizado ante el aire resuelto de la animosa sevillana , y podemos estar de vuelta antes del mediodía. Corriente repuso Nieves después de meditar unos instantes, con el entrecejo fruncido.

Estoy pensando una cosa, Juan. ¿No os llamáis Juan? ; , señora, Juan me llamo; ¿en qué pensábais? En que me expongo llevándoos al teatro. ¡Que os exponéis! por cierto; allí veréis á mis compañeras. ¡Bah! dijo con desprecio el joven. No seáis fanfarrón; no despreciéis al enemigo antes de conocerle. Me habéis puesto fuera de combate; me habéis hechizado.

Alguien que se precia de hastiado, de descontentadizo, de difícil, quedó tan hechizado que os siguió. Doña Beatriz se puso colorada otra vez. ¿Cómo sabes eso? dijo. El me lo ha dicho. ¿Quién? ¿Quieres que te regale el oído? El Conde de Alhedín, la flor de los elegantes, el más guapo de nuestros pollos. Sería por mi hermana. De eso no me ha dicho el Conde palabra.

Es tan curioso y tan poético cuanto el señor Gener anuncia, y lo anuncia con elocuencia tan avasalladora, que yo me siento hechizado y casi seducido, inclinándome a creer en el advenimiento del super-hombre y hasta a desearle, aunque me quede entre los sub-hombres y los superfluos; pero el último artículo del libro del Sr.

Palabra del Dia

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