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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Un buen rato hacía que estaba allí cuando Diana entró silenciosamente en el salón. Se aproximó a un espejo para contemplar el efecto de su vestido de tela roja bordada, pasó una mano ligera sobre sus negros cabellos, y volviéndose hacia su prima, que no la había sentido: Y bien ¿qué haces en ese puesto de vigía? le dijo.
¡Está bueno! ¡Muy bien!... Oyeme, porque tengo el deber de mostrarte el camino. ¿Sabes tú bien lo que haces? ¿Has pensado en lo que puede pasar? ¿Pasar?... ¿qué? Que te cases con esa muchacha. Pero fíjate: ya tienes edad para reflexionar, al menos. ¿Sabes quién es? ¿De dónde viene? ¿Conoces a alguien que sepa qué vida lleva en Montevideo? ¡Papá!
21 Y habitó en el desierto de Parán; y su madre le tomó mujer de la tierra de Egipto. 22 Y aconteció en aquel mismo tiempo que habló Abimelec, y Ficol, príncipe de su ejército, a Abraham diciendo: Dios es contigo en todo cuanto haces. 24 Y respondió Abraham: Yo juraré. 26 Y respondió Abimelec: No sé quién haya hecho esto, ni tampoco tú me lo hiciste saber, ni yo lo he oído hasta hoy.
Vuestra conversación me interesaría muchísimo más observé, si supiera de quién estáis hablando. Antonieta Maubán dijo Federly. De Maubán gruñó Beltrán. ¡Hola! exclamé. ¡Conque esas tenemos, mocito! ¿Me haces el favor de dejarme en paz? ¿Y adónde va? pregunté, porque la dama gozaba de cierta celebridad y su nombre no me era desconocido.
Si yo soy un mozo tan terrible como acabas de decir, haces mal en provocarme, pues debes estar segura de antemano de que te obligaré ó te aniquilaré... Ambos se miraron esta vez descaradamente como dos adversarios que miden sus fuerzas. Pero Lea bajó los ojos la primera y, bien por cálculo, bien por verdadera sumisión, respondió: No me amenace usted.
A la mesa, que ya está la comida dijo el gigante; y a ver si haces lo que hago yo, que me voy a comer todo este buey, y te voy a comer a ti de postres. Está bien, amigo dijo Meñique. Pero antes de sentarse se metió debajo de la chaqueta la boca de su gran saco de cuero, que le llegaba del pescuezo a los pies.
El zaino salió en su estilo habitual, marchando tras de Ricardo, que se había adelantado bastante, en «su» malacara; pero Melchor advirtió que Lorenzo permanecía en la caballeriza, y se detuvo a decirle en voz alta: ¿Continúa el interrogatorio? No... ché... ¿Y qué haces ahí?... ¡Ven! ¡Es que este caballo no anda!.... Castíguelo sin recelo, don Lorenzo le dijo Baldomero, es medio remolón al salir.
D.ª Carmen le quitó suavemente el sombrero, lo puso en un sillón contiguo y se inclinó para besarla amorosamente en la frente. Hace cuatro días justos que no has venido a verme, pícara. Ayer no he podido, mamá. Pasé casi todo el día arreglando mis cuentas, haciendo números. ¡Oh, qué horribles números! ¿Y por qué los haces? ¿No está ahí tu marido?
No, no te provoco. ¿Qué me importas tú? ¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? ¿Quién te ha dado el derecho de entrar aquí? ¡Vete, déjame!
Todos los fuegos de artificio palidecían ante las variedades del fulgor orgánico. Las ramas vivientes del polípero, los ojos de las bestias, hasta el barro sembrado de puntos brillantes, emitían chorros fosfóricos, haces de chispas cuyos resplandores se abrían y cerraban incesantemente.
Palabra del Dia
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