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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Un milagro, sin duda, algo de sobrenatural se requería para resistir a tu amor; pero Dios hubiera hecho el milagro si yo hubiera sido digno objeto y bastante razón para que le hiciera. Haces mal en aconsejarme que sea sacerdote. Reconozco mi indignidad. No era más que orgullo lo que me movía. Era una ambición mundana como otra cualquiera. ¡Qué digo como otra cualquiera!
Tú no lo haces con mala intención, bien lo sé, pues en nuestra familia no se conoce la maldad; pero de todos modos eso no conviene. Tengo casi doce años más que tú, tú eres todavía una chiquilla, o poco menos... ¿Tengo razón? Tienes razón... respondí humildemente. Y me preguntaba aparte lo que se había hecho mi altivez. ¿Por qué, pues, procedías así? Porque quería agradarte.
En 1804 interesábase la ciudad porque el virrey dictase cierta providencia; mas él, creyendo que la cosa no era hacedera o que no entraba en sus atribuciones, decidió consultar al monarca. El pueblo, que lo ignoraba, se echó a murmurar sin embozo, y en la puerta de palacio apareció este pasquín: ¡Avilés! ¡Avilés! ¿Qué haces que por la ciudad no ves?
Conviene hacerse respetar y temer. Conviene que sepan quién eres. Lo que yo te aconsejo es que tengas mucho cuidado con lo que haces, porque si tú castigas a doña Inés sin precaución, la justicia te empapelaría como un ochavo de especias, y hasta te podría meter en la cárcel o enviarte a presidio. No pretendas asustarme.
»¡Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo! ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo, trazando tu deshonra y ordenando tu perdición.
Pedro se apoderó instantáneamente de aquella mano, y poniendo los labios sobre ella, chupó la gota de sangre. ¿Qué haces? Nada, señorita. Si la ha mordido una víbora, no es usted ya la que muere. ¡Qué horror! ¡Quiera Dios que no sea víbora! Gracias, Pedro... Has hecho mal en exponerte... ¡La Virgen del Carmen permita que no sea víbora! No se apure usted.
¡Oh Ciencia! tu eres la verdadera hija del viejo tiempo, tu, cuya mirada indiscreta transforma todas las cosas! ¿Por qué haces tu presa del corazón del poeta, oh buitre, cuyas alas son las sombrías realidades? ¿Cómo podría él amarte?
Mira, tonta, añadió el otro, que si no haces caso nos vas á dar un disgusto. Baja en un vuelo, y deja eso, que es de la tierra y en la tierra debe quedar. En un momento vas y vuelves, tonta. Yo te espero en esta nube.» Al fin Celinina cedió, y bajando, entregó á la tierra su hurto.
Más te valdría, Antoñita, venir a ayudarme que no escuchar sus falaces lisonjas. ¡Si acababa de entrar en este mismo instante! A haber sabido que me necesitabas habría venido mucho antes. ¡Calle! ¿Quién te ha hecho ese traje? ¿Quién, me lo ha de hacer? Yo misma. Ya sabes que lo tengo por costumbre. Y haces perfectamente: nunca te hará una modista un vestido semejante.
¡Mírala! exclamó con burlesca gravedad dirigiéndose al enfermo . ¿Es ésta la misma que tú quieres? ¿No te la cambiaron?... Dale, pues, la mano, tonto. ¿Qué haces ahí, contemplándola con ojos espantados?...
Palabra del Dia
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