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Actualizado: 24 de noviembre de 2025


¿Domicilio? Zurich. La joven contestaba con voz breve y tono seco casi sin oír las preguntas. ¿Cómo se encuentra usted en esta casa? Vine a hablar con Alejo Zakunine. ¿A hablarle de qué? De cosas que no interesan a la justicia. ¡O que la interesan mucho! La joven no contestó. ¿Es usted su correligionaria? . ¿Vino usted a hablarle de asuntos políticos? Nuevo silencio.

Con este motivo, se lamentaba de la general decadencia española, y hasta llegaba a hablarle a Nepomuceno del probable renacimiento del teatro nacional, si todos hacían lo que a él le aconsejaba: poner en movimiento los capitales, sacar partido de los tesoros de la tierra.

, pero es porque ya le da ejemplo el duque. ¡Hola!, y se detiene para hablarle..., y le pone una bolsa en las manos, ¡que será para los pobres!... Es un señor muy bueno y muy dadivoso. Ha hecho mucho bien. ¡Dios se lo remunere! Rosa Mística no sabía todavía la doble sorpresa que le aguardaba. Al pasar Stein, la saludó tristemente con la mano.

A un lado alzábase la colina de San Salvador con su ermita en la cumbre, rodeada de pinos, cipreses y chumberas. El tosco monumento de la piedad popular parecía hablarle como un amigo indiscreto, revelando el motivo que le hacía abandonar a los partidarios y desobedecer a su madre. Era algo más que la belleza del campo lo que le atraía fuera de la ciudad.

Don Paco pasó varias veces aquel día por la puerta de la casa de Juanita, pero no se atrevió a entrar en ella antes de la hora convenida. Aunque Juanita le vio no quiso llamarle ni hablarle, tal vez por temor de revelar involuntariamente cosas que quería tener calladas. Hasta las cuatro de la tarde estuvo sin salir de casa, cosiendo con la mayor tranquilidad.

Empezó a olvidar algunas noches la lectura de Santa Teresa. Seguía enamorada de la Doctora sublime, pero algunas opiniones de la Santa prefería pasarlas por alto, estaban en pugna con las ideas propias; «al fin no en balde habían pasado tres siglos». Empezó Ana a comprender mejor lo que el Magistral le quería decir al hablarle de actividad piadosa.

La escasez, con sus angustias, le agriaba el carácter. El señor Vicente, tal vez por esto, parecía rehuir su trato. Entraba y salía sin verle, sin hablarle. Ya no se acercaba a Feli con su bondad misteriosa para dejar dinero encima de los corsés. En cambio, una tarde que ella estaba sola, llegaron el Indio converso y aquel cura viejo, vagabundo como el señor Vicente.

Don Marcos, que, abandonado por su discípulo, seguía á la princesa, recibió iguales recomendaciones. Debía evitar que la pobre señora perpetrase este sacrilegio mediterráneo. ¡Pero qué podía el infeliz coronel con aquella demente que pasaba semanas enteras sin hablarle, como si no le reconociese!...

Pues en lo que toca a ser hermosa, ya vuesa merced lo ha visto. Calló el huésped, y tardó un gran rato el Corregidor en hablarle; tan suspenso le tenía el suceso que el huésped le había contado. En fin, le dijo que le trujese allí la cadena y el pergamino; que quería verlo. Fué el huésped por ello, y trayéndoselo, vió que era así como le había dicho.

Vamos a ver, cualquiera en mi caso ¿no pensaría que íbamos a entrar en el terreno de la formalidad?... Pues nada, a los dos días voy por allá; intento hablarle aparte en calidad de novio y me da un bufido que me dejó helado.... Y así estoy. Ni si me quiere o si deja de quererme, ni tengo tranquilidad para dedicarme a mis quehaceres ni hago otra cosa que pensar en esa maldita chiquilla.

Palabra del Dia

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