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Actualizado: 18 de julio de 2025
¡Valor, Liette! No había dicho aquello la tierna voz paternal, pero sí otra voz también muy tierna. Raúl estaba a su lado. ¿Había sorprendido aquella escena conmovedora que alteró el corazón de la pobre niña como una repentina revelación? ¿Adivinaba lo que hacía correr sus lágrimas? ¿Leía en sus ojos húmedos el secreto de su emoción?
Mariano, cuidado cómo se habla. ¡Se burla de ti! gritó Pecado con aquel arrebato de infantil fanfarronería que en él parecía cólera de hombre. Yo te juro que no se burlará más» dijo ella con los ojos húmedos de lágrimas. Mariano la miró, diciendo: «Tonta, no ha sido para tanto... Las mujeres lloran por cualquier cosa. Que venga a mí con bromas; verá cómo le saco las entrañas...
El sol se levantaba por detrás de la torre de la iglesia y la coronaba con sus rayos como una pálida aureola; el aire estaba cargado de vapores húmedos y, a través de la niebla que nos envolvía, se nos hubiera podido tomar por sombras que erraban entre las sepulturas. Comprendí que era la hora de separarnos, besé tiernamente a Guillermo y abandoné el cementerio.
En sus ojos límpidos, húmedos, brillaba siempre la sonrisa dulce y resignada de los seres que han nacido para víctimas. Había en tal adorable criatura algo de cordero y mucho también de paloma, como si estos dos animales hubiesen cedido de buen grado el uno su resignación, el otro su inocencia, para formarle. Godofredo Llot no era un muchacho de estos tiempos, como decía muy bien D.ª Rafaela.
Iba a decirle todo lo que sentía; llegaron las palabras a mis labios, y debió traicionarme mi fisonomía, porque ella hizo un gesto en el que yo adiviné toda su recelosa curiosidad y la alarma con que miraban sus grandes y húmedos ojos negros, pero en aquel instante, pensé en mi pasado, contemplé con la rapidez del relámpago mi presente, y el honor, ese frío guardián de las pasiones, selló mis labios.
Comprendió que era inútil resistir. A toda hora, el perfume de la mujer le embriagaba. Estaba en el ambiente, en su boca, en sus manos, en sus vestidos. Era el dejo axilar, mezclado a un perfume de jazmín y de algalia. Sus besos húmedos, anchos, tenaces, se le quedaban en los labios. Ella no le hizo sufrir la tortura de una larga impaciencia.
Su nariz relucía a la luz del sol como una guindilla. La misa era larga y pesada. Andrés no lo advirtió. Mientras el sacerdote oficiaba y la muchedumbre atendía prosternada, sus ojos apenas se apartaban de los de Rosa, que muy a menudo los volvía también hacia él, húmedos y extáticos. El sitio que ocupaban era muy agradable. Descubríase desde allí todo el hermoso valle de Marín.
Persona que merece mi confianza; y la señora hará el favor de llamar a su pupila para que diga en concreto la verdad. Salió doña Rebeca como un cohete, y en cuanto echó a Carmen la vista encima, le echó también los brazos al cuello. La muchacha, horrorizada, iba a pedir socorro, cuando se sintió halagada y besada con besos húmedos y repugnantes.
Total: que el carnicero despidió al muchacho, y su abuelo le buscó colocación en Valencia en casa de otro cortante, rogando que no le concediesen libertad ni aun en días de fiesta, para que no volviera á esperar en el camino á la hija de Batiste. Tonet partió sumiso, con los ojos húmedos, como uno de los borregos que tantas veces había llevado á rastras hasta el cuchillo de su amo.
Y después: Florecillas que me dio ella, Que os pongan a todas en mi tumba. Los ojos de Gertrudis están húmedos de lágrimas, pero la joven sigue confiando en la desaparición del cazador y en la conversación de la molinera. No puede, no debe ser de otro modo.
Palabra del Dia
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