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Dunstan Cass, al ponerse en marcha una mañana fría y húmeda, al paso tranquilo y mesurado de un cazador que tiene que ir a caballo al punto de reunión de una cacería, tenía que seguir el camino que, en su parte terminal, pasaba por el terreno sin cercar llamado la Cantera, en que se encontraba la casita antes la cabaña de un picapedrero que Silas Marner habitaba hacía quince años.

No la borraré jamás. ¡Que perezca el día en que profana esa preciosa prueba de amor, en los labios de otra mujer; el día en que una boca inanimada, insensible, marchite la flor húmeda de tu beso! ¡que se aniquile mi alma antes que yo cometa tal sacrilegio! ¡Qué difícil de soportar es el peso de mis sensaciones! ¡Quién hubiera creído que tuviese tantas fuerzas para la dicha! 27 de mayo.

Aunque no llovía en aquel momento, la noche estaba muy húmeda y el piso, según acusaban las polainas de los soldados, verdaderamente asqueroso. En la villa se hallaban ya casi todos al corriente de lo que pasaba, y muchos bultos negros, silenciosos, ocupaban los balcones, sacándose los ojos para ver cómo desfilaban los presos.

«¡Ah!, , el entierro del pobre Arnaiz... Dime una cosa, ¿me guardas rencor?». La mirada se volvió húmeda. ¿Yo?... ninguno. ¿A pesar de lo mal que me porté contigo?... Ya te lo perdoné. ¿Cuándo? ¡Cuándo! ¡Qué gracia! Pues el mismo día. Hace tiempo, nena negra, que me estoy acordando mucho de ti dijo Santa Cruz con cariño que no parecía fingido, clavándole una mano en un muslo.

Cuanto más hacía para reprimir el influjo de sus carcajadas, con más ímpetu salían a su boca fresca y húmeda. Indudablemente, en las frases, en la apariencia vulgares y hasta estúpidas de los pollos, debe de existir un fondo de humorismo tan profundo como vivo, que sólo las jóvenes de quince a veinte años son capaces de recoger y gustar.

Los que sentían sed, pasaban del calor asfixiante de la gañanía a la frialdad de la noche, y se atracaban de un agua que parecía hielo líquido, mientras el viento les hería las sudorosas espaldas. Al trasponer la puerta, Salvatierra sintió en sus pulmones la rareza del aire, al mismo tiempo que hería su olfato un hedor de lana húmeda, aceite rancio, barro y carne aglomerada y viscosa.

El temporal retrasó no poco el cumplimiento de aquel plan de higiene moral, impuesto suavemente por don Fermín a su querida amiga. Ana aborrecía el lodo y la humedad; le crispaba los nervios la frialdad de la calle húmeda y sucia, y apenas salía del sombrío caserón de los Ozores.

El espada vio casi tendida en el suelo a una mujer vestida de negro, con el cubo al lado, moviendo un trapo sobre las losas de mármol, que parecían resucitar sus colores bajo la húmeda caricia. La mujer levantó la cabeza. Güenos días, señó Juan dijo con la familiaridad cariñosa que inspira todo héroe popular. Y clavó en él con admiración la mirada de un ojo único.

Entonces, de la encendida y húmeda lengua del perro caía gota a gota ese sudor interno que, no encontrando paso por los cerrados poros de la piel, se exhala por la boca. El pobre animal parecía muy cansado y sus lijares se agitaban con precipitada respiración. Luego emprendía de nuevo su marcha por aquel largo camino solitario y abrasado. De pronto se detuvo.

La muchedumbre no hace caso de los primeros, pasando rápidamente por delante de esos primogénitos del globo, su habitación es fría, húmeda: los curiosos dirigen sus pasos hacia la luz, hacia el punto do brillan tantos objetos. Nácar, alas de mariposa, plumas de aves, esto es lo que la encanta. Yo, que me detengo más tiempo abajo, heme hallado con frecuencia solo en la pequeña y obscura galería.