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Le confesaba, le hacía narrar y describir cien veces sus sentimientos, sus recuerdos, sus propósitos y sus esperanzas. A veces le acometían dudas sobre aquel extraño amor. ¿Pero de veras estás enamorado? ¿No consideras que soy una vieja?... ¿que puedo ser tu madre? Raimundo respondía siempre con alguna caricia apasionada, con una húmeda mirada donde se leía el infinito de su pasión.

Carmen se sumergió en la mística contemplación de aquel día y le pareció que se le iba acercando con una amaneciente claridad, espesa y húmeda como vaho de lágrimas. Sintió un dolor lancinante en el corazón y otro en la cabeza, y pensó: ¿también yo tendré, como el padrino, rota una cosa en la frente y otra en el pecho?...

Eran dos buenos parroquianos, con la gorrilla caída sobre la frente, los ojos vidriosos y lagrimeantes, y la nariz violácea y húmeda; una yunta alegre, unida por el yugo fraternal del alcohol, que, mientras hubiese cafetines abiertos, declaraban, como el doctor Pangloss, que este mundo es el mejor de los mundos posibles.

Es una explanada de pradera; la pradera, cortada por veredas arenosas; en las veredas, bancos de madera; palio de los bancos, las copas de las acacias. Hay un aliento de tierra húmeda.

Sólo unas cuantas personas con paraguas y algunas otras que, no teniéndolo, se amparaban de su filosofía permanecían a pie firme en medio del arroyo. Los balcones de la casa de Elorza se hallaban entreabiertos, y por la abertura salía una viva y regocijada claridad que tornaba aún más triste la noche oscura y húmeda del exterior.

Una boca húmeda se unió modestamente á la boca del marino, al mismo tiempo que la barba de éste se mojaba con un rocío de lágrimas. Y no se dijeron más. Cuando, semanas después, escuchó doña Cristina la petición de su hijo, su primer movimiento fué de protesta. Una madre oye con anticipada benevolencia toda pretensión sobre una hija, pero es ambiciosa y exigente cuando se trata de un hijo.

Había apoyado la frente en los vidrios, deshecho, sintiendo que después de lo que había dicho, mi amor, mi alma, mi vida, se derrumbaban para siempre jamás. Pero era menester concluir y me volví: ella estaba a mi lado, y en sus ojos como en un relámpago, de felicidad esta vez vi en sus ojos resplandecer, marearse, sollozar, la luz de húmeda dicha que creía muerta ya.

Sumido en la sombra de la Catedral, ocupaba un lado entero de la plazuela húmeda y estrecha que llamaban «La Corralada». Era el palacio un apéndice de la Basílica, coetáneo de la torre, pero de peor gusto, remendado muchas veces en el siglo pasado y el presente.

Los marineros retiraron los remos. Las garruchas de las dos velas comenzaron a chirriar, los anillos corrieron por las cuerdas y una obscura forma se levantó en el aire, encima de . No se movía ni una ráfaga de viento. La noche estaba tranquila y húmeda. A lo lejos brillaba con intermitencias la luz roja del Cabo Higuer.

La niebla tomaba en torno vago irisamiento, cual si el amanecer encendiera su primer rubor en el naciente. No se escuchaba rumor alguno. Avila dormía. La esquila de algún convento dio un toque tímido, quedo, necesario. El canónigo aspiraba con delicia un olor de piedra húmeda y de hierbas invisibles que sus pies hollaban al caminar.