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Eran dos buenos parroquianos, con la gorrilla caída sobre la frente, los ojos vidriosos y lagrimeantes, y la nariz violácea y húmeda; una yunta alegre, unida por el yugo fraternal del alcohol, que, mientras hubiese cafetines abiertos, declaraban, como el doctor Pangloss, que este mundo es el mejor de los mundos posibles.

De tarde en tarde aparecía en Jerez, y esto bastaba para que el Chivo y otros acólitos del difunto Dupont, se ocultaran en sus casas, evitando el mostrarse en las tabernas y cafetines frecuentados por el contrabandista. ¡Aquel gachó venía con las de Caín, y les guardaba ojeriza, por su antigua amistad con el señorito! Y no es que le tuviesen miedo.

Gerardo volvía a guardar su biblioteca ambulante y se marchaba a otro café, donde la escena solía repetirse. Y así, al cabo de recorrer todos los cafetines, podía terminar su labor. Villieres de l'Isle-Adam, el autor de Cuentos crueles, se retiraba a su casa al amanecer y dormía hasta las doce.

Seguimos la señora Adela y yo a lo largo de la calle, y nos detuvimos a la puerta de uno de esos cafetines, asilos de tahúres y vagos, cuya puerta se cierra a la hora prescrita en los bandos, pero que se abre durante toda la noche a todo el que llega. Llamé, abrieron, y la señora Adela y yo entramos. Nos sentamos junto a una mesa, y la trapera pidió aguardiente.

En todos los cafetines y los palacios nocherniegos se habla de este elegante y ex municipal Mecenas con gran encomio. Los pedigüeños saben bien que a los comerciantes no se les puede sacar dinero. Son de una brutalidad inconmovible. Os hablan de que el cajón es menor de edad y otras cosas beocias.