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Actualizado: 7 de octubre de 2025


¡Pero está loco, Dios mío! dijo el cocinero mayor guardando todo aquello con precipitación, como si hubiera temido que se lo robasen las paredes . ¡Y marcharse sin que yo haya podido decirle el apuro en que me encuentro con el inquisidor general... mis negros, mis terribles apuros! ¡Vive Dios que se conoce en él la sangre de los Girones!... Y al fin me servirá de mucho... me vengará ahora mucho mejor que antes, porque al fin él me ha dicho que siente mucho no poder seguir llamándome su tío.

Eran tardes de dulce tristeza, en las que se compenetraban aquellos dos hombres: el uno, soñando con salir de la cárcel de piedra de la catedral para ver el mundo; el otro, de regreso de la vida, herido y desalentado, contento del obscuro reposo de la hermosa ruina y guardando con prudente silencio el secreto de su pasado.

Fontenoy había sido encontrado en su lujosa vivienda tendido en la cama y guardando todavía en la diestra el revólver con que se había dado muerte. Desde el día anterior circulaba por los centros financieros la noticia de su quiebra en condiciones tales que iba á atraer la intervención de la Justicia.

¿Pero nada me decís? ¿Ninguna señal vuestra me dais? ¡Ah! ¿queréis una señal? Tomad. ¿Y qué es esto...? Tomadlo. ¡Una joya! No, una señal. Y oíd: seguid guardando un profundo secreto acerca de vuestras dos aventuras conmigo. Vos no habéis estado en la portería de damas, vos no habéis oído nada.

¿El gobierno ha procurado salvar las formas, guardando cierta apariencia de legalidad? «No hay peor despotismo, exclamamos, que el ejercido en nombre de la ley; la infraccion no es ménos negra, por andar acompañada de pérfida hipocresía.

Cansada de su inútil escrutinio y guardando las llaves, que formaban apretado racimo, digno del arsenal de una compañía de ladrones, doña Lupe se sentó a meditar, y poniéndose una mano sobre el pecho de algodón y acariciándoselo, se rascó con los dedos de la otra la frente, allí donde principia el cabello, como quien estimula la generación de una idea, y dijo: «Pues si efectivamente no le ha dado nada, hay que reconocer que ese hombre es el mayor de los indecentes».

Quevedo abrió la linterna, y Juan Montiño, doblando la carta que su tío había recibido de palacio, y dejando sólo ver el primer renglón que decía: «Tenéis un sobrino que acaba de llegar de Madrid...» mostró aquel renglón á Quevedo. ¡Y es letra de mujer! dijo éste. ¿Pero no la conocéis? No repuso Quevedo guardando la linterna.

La sorpresa de la señora Joba ante semejante inconsecuencia de caracter hizo que por de pronto no se apercibiese de los efectos inmediatos y sólo, cuando se repuso del susto y su marido se hubo escapado, se apercibió del dolor guardando cama por algunos días con gran alegría de la Paulita que era muy amiga de reir y burlarse de su tía.

Vírgenes de ojos desmesuradamente abiertos, como asombradas de haber nacido, con los labios azules y las encías de ese rosa pálido que revela la miseria de la sangre. El pelo triste y sin brillo asomaba alborotado bajo el pañuelo, guardando en sus marañas briznas de paja y granos de tierra.

El cazador le aguardaba en Cebre, e hicieron la jornada juntos; Primitivo, por más señas, se mostró tan sumiso y respetuoso, que Julián, quien al revés que don Pedro poseía el don de errar en el conocimiento práctico de las gentes, guardando los aciertos para el terreno especulativo y abstracto, fue poco a poco desechando la desconfianza, y persuadiéndose de que ya no tenía el zorro intenciones de morder.

Palabra del Dia

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