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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Estaba muy suspenso qué haria, Y cien veces matarse allí ha querido. En esto oyó sonar gran gritería: Dejando al uno y otro allí tendido, A la grita acudió con grande priesa, Y sale de la selva verde espesa.

Aparte la gritería de los muchachos, el batallón subió toda la calle sin que se escuchara a su paso murmullo de simpatía ni rumor de cariño: sin un viva. Sólo un hombre desharrapado dijo, mirando lo tristes que iban los soldados: Van al Norte... ¡Pobrecitos! Y una criada de servir fresca y guapetona, contemplándolos como si fueran pedazos de su alma, añadió: ¡Dios os buena muerte!

Este vínculo de aproximación hizo que los dos se abordasen sonrientes, con la mano tendida, continuando la conversación de la noche anterior. Y una vez terminado el almuerzo, Karl se había encaramado por una de las escaleras que conducían a la última cubierta, atraído por la gritería de los niños en pleno juego. Su madre le siguió, mirando antes en torno para ver si Ojeda estaba cerca.

En aquel momento se oyó gran gritería en las calles del pueblo; hombres, mujeres y niños corrían de uno á otro lado de la calle central dando voces y se refugiaban en las casas. Al otro lado del puente y corriendo cuanto podía en dirección al castillo, apareció un hombre, que al ver á la baronesa se llegó á ella y gritó, sudoroso y jadeante: ¡Huid, señora, huid! ¡Salvadla! ¡El oso, el oso!

Sobreviene de pronto un choque formidable, un grito, uno solo, una gritería inmensa, brazos tendidos, manos que se entrelazan, ojos extraviados en los que se refleja con la rapidez del relámpago la trágica visión de la muerte... ¡Misericordia! Toda la noche la pasé lo mismo: soñando, evocando, a los diez años del suceso, el alma del pobre buque cuyos restos me circundaban.

De pronto, como si experimentase la necesidad de ser protegido, huía y se pegaba a las faldas de su madre, que, atenta a la conversación, no hacía caso de sus llamamientos insistentes. Cansado de pasar inadvertido, atraíale otra vez la gritería de los muchachos, volviendo lentamente hacia ellos.

Animándose los unos á los otros, lograron contener en los primeros momentos el empuje de los de Lorío. Chasqueaban los palos, arremolinábase la gente, rodaban las cestas de fruta por el castañar abajo, volcábanse las mesas de los confiteros ambulantes, quebrábanse vasos y botellas. Todo era confusión y alarma y gritería y polvo en el campo de la romería.

Después, ensangrentadas la frente y las astas, se paseaba alrededor del circo en actitud de provocación y desafío, unas veces alzando soberbio la cabeza a las gradas, donde la gritería no cesaba un momento; otras, hacia los brillantes chulos, que pasaban delante de él, a manera de meteoros, clavándole las banderillas.

Las tres damas estaban con los moños al aire, hablando a un tiempo en alta voz, con ese desparpajo y esa independencia de modales que caracterizan a los vendedores ambulantes que viven siempre al aire libre, y tienen la voz hecha a la gritería de los pregones. Segunda Izquierdo era una mujer corpulenta y con la cara arrebatada, el pelo entrecano.

No descuidaba ella por eso el gobierno de su casa, que estaba saltando de limpia, y todo muy en orden, a pesar de los siete chiquillos que tenía, el mayor de ocho años; pero como la casa era muy grande, a los cinco mayores, entregados a una mujer ya anciana y de toda confianza, los tenía en el extremo opuesto de aquel en que estaba ella, a fin de que no turbasen con sus chillidos y gritería, ya sus solitarias meditaciones, ya sus lecturas, ya sus interesantes coloquios con el padre Anselmo, con el cacique o con alguna persona de fuste que viniese a visitarla.

Palabra del Dia

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