Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 1 de noviembre de 2025
Al atravesar esos campos de batalla no puede uno ménos que admirar el contraste entre la humildad y el silencio de aquellos lindos valles solitarios y recónditos, y la grandeza de las cuestiones europeas que el genio de la revolucion y el de la guerra debatieron allí sobre un campo neutral. ¡Con cuánta majestad y aterradora solemnidad debieron resonar los ecos del cañon en el seno de aquellas concavidades de granito coronadas de hielo! ¡Cuán triste es pensar que la guerra, aparte de todas sus violencias, sus horrores y los ultrajes que infiere á la humanidad y la civilizacion, comete con frecuencia el gran crímen de escoger como teatro de sus barbaridades el suelo de algun pueblo pacífico, neutral, indefenso y humilde!
La uniformidad intelectual que estancó la actividad mental de los árabes en el apogeo de su grandeza, por la reducción a un común denominador, resultante de la circunscripción del pensamiento a una revelación inampleable, pesó también sobre los cristianos durante los diez siglos en que estuvieron obligados a la pasividad del creyente forzoso en otra revelación infranqueable, y que se caracterizaron por la más desesperante esterilidad, en todos los terrenos en que ha realizado adelantos portentosos el entendimiento moderno que pasó las fronteras del entendimiento antiguo; no franqueadas aún por los abisinios, los maronitas, los armenios, la inmensa mayoría de los rusos, más de la mitad de los españoles y los tres cuartos de los sudamericanos, todavía encerrados por la credulidad en el redil de la fe, mientras fuera de ella, el espíritu crítico ha logrado ya crear una fuente de renovación intelectual inagotable, cuya superioridad proviene, precisamente, de la circunstancia a que Brunetière atribuía su supuesta bancarrota: de su incapacidad para cerrar en ninguna dirección los horizontes del espíritu humano con una explicación definitiva e infranqueable.
Entonces, penetrado de la grandeza de su alta jerarquía, perdió hasta aquellos pocos arranques que le quedaban de expansiva franqueza, y se hizo solemne y ceremonioso aun en los actos más triviales de su vida. Y aquí enlaza, lector amigo, el asunto de que tratábamos en el capítulo anterior; es decir, concluye la digresión y continúa la historia.
Tal vez habrás leído en las publicaciones de la casa mucho de esto, pero convendrás conmigo en que no está mal del todo. Además prosiguió irónicamente, los grandes hombres vivimos bajo el peso de nuestra grandeza y como no podemos salir de ella, nos repetimos.
En presencia de aquel nuevo espectáculo y con la llanura del Puerto a la espalda, ya no era yo la estatua de granito con sangre de líquidos pedernales: la contemplación de aquel laberinto de sierras bravías, de cuetos escarpados y de picachos inaccesibles; de ásperos y sombríos repliegues, de pavorosas quebradas y de abruptos peñascales, transportó súbitamente mis imaginaciones a los entusiasmos «arqueológicos» de mi padre: allí me sentí contaminado de ellos; allí concebí al cántabro de sus himnos en toda su bárbara grandeza, hasta vestido de pieles y bebiendo sangre de caballo; y aun llegué a verle: le vi, sí, resucitado en carne y hueso, en la carne y en los huesos de mi propio espolique.
Suspiró doña Guiomar, partiósele de los ojos, aunque involuntariamente, una mirada, que como si hubiera sido fuego del cielo, en su dulce fuego abrasó el corazón de Cervantes, y luego, bajando los ojos ruborosa la bellísima doncella viuda, quedose en silencio como si la grandeza de lo que sentía la vedara el uso de la palabra.
Cubiertos de tiernos trigos se extendían en planicie de un verde pálido, cortados bruscamente por el muro sombrío y adusto de la sierra. Cuando nos acercamos a la ciudad, me sentí impresionado vivamente por la grandeza de sus recuerdos. Aquel montón de casas que se alzaba pardo y melancólico entre el río y la montaña había sido la gran ciudad del Occidente, la capital del mundo civilizado.
Pero, con todo esto, no sabré decir con certidumbre qué tamaño tuviese Morgante, aunque imagino que no debió de ser muy alto; y muéveme a ser deste parecer hallar en la historia donde se hace mención particular de sus hazañas que muchas veces dormía debajo de techado; y, pues hallaba casa donde cupiese, claro está que no era desmesurada su grandeza. -Así es -dijo el cura.
Creyó que ésta fuese inspirada por la modestia; y debió llegar hasta ofenderle, con su moderno espíritu comercialista, encareciendo las ventajas de la alianza, como si el joven duque fuese una mercancía que se ofreciera... Esto acabó por indignarle en su íntimo y concentrado orgullo, y tan hondamente que, para terminar el enojoso asunto, dio Pablo una réplica digna de los antiguos tiempos de la grandeza española: Diga usted a su majestad la reina que, siendo yo el primer grande de España, no quiero ser el último infante.
He mencionado ántes el Hotel Dieu, que domina el muelle ó parapeto del Ródano, como un hermoso monumento, digno de admiracion por su grandeza y majestad. Citaré á próposito el palacio de Justicia, porque ámbos pertenecen al estilo suntuoso del Renacimiento, en que el arte se muestra subyugado por las reglas y la simetría académica se ostenta en lugar de la inspiracion,
Palabra del Dia
Otros Mirando