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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Dejemos eso, madre dijo. ¡Devuélvemela!... Pero, Roberto gimió ella, ¿es así cómo un hijo trata a su madre? ¡Adalberto, dile cuáles son las consideraciones que un hijo debe a su madre! Roberto se apoderó de las manos de su padre. No te mezcles en esto, padre dijo... La cuenta que hoy tengo que arreglar con mi madre, sólo a nosotros dos concierne.

Pero la noche que precedió al triste día de mi partida, ella lloró, gimió y suspiró, y se fue, y me dejó lleno de confusión y sobresalto, espantado de haber visto tan nuevas y tan tristes muestras de dolor y sentimiento en Luscinda. Pero, por no destruir mis esperanzas, todo lo atribuí a la fuerza del amor que me tenía y al dolor que suele causar la ausencia en los que bien se quieren.

Hubo un herido; chillaron las mujeres; el hombre del arpa salió corriendo llevando á cuestas su instrumento, que gimió de dolor al chocar con las rejas salientes de la calle; acudieron los vecinos, y llegaron al fin los policías, que rondaban esta noche más que en el resto del año, conociendo por experiencia los efectos de la aglomeración en la fiesta del Señor del Milagro.

Al verse sola, al convencerse de que iba a morir, desapareció toda su arrogancia de buena moza; se sintió débil como cuando era niña y le pegaba su madre, y rompió en sollozos. ¡Mátam, mátam! gimió echándose a la cara el negro delantal, enrollándolo en torno de su cabeza. Teulaí se acercó a ella impasible, con una pistola en la mano.

Entonces ya la niña, comprendiendo, y descolorida y turbada, le asió de la manga de la americana, exclamando: ¿Pero qué... cómo? ¿Qué quiere decir eso del tren? Lo natural, señora pronunció con su ademán cansado el viajero . Que sigo mi ruta; que voy a París. ¡Y me deja usted así... sola! ¡Sola aquí, en Francia! gimió Lucía con el mayor desconsuelo del mundo.

Pero cuéntame, Pepe ¿qué te pasa? ¡Judith!... gimió el millonario. Ya sabes quién digo... Y vacilaba antes de seguir hablando, como avergonzado de revelar su tristeza. , Judith dijo Aresti animándolo para que hablase. Aquella francesa, ó judía, ó lo que sea, de la que me hablaste con entusiasmo... la madre de aquel niño tan hermoso... el hijo del amor.

A esta pregunta toda la animacion de Quiroga se deshizo como un sueño; la voz de acariciadora se trasformó en plañidera, se dobló más y juntando ambas manos y elevándolas á la altura de su rostro, forma de la salutacion china, gimió: ¡Uuh, siño Simoun! ¡mia pelilo, mia luinalo! Cómo, chino Quiroga, ¿perdido y arruinado? ¡y tantas botellas de champagne y tantos convidados!

Hoy mismo, agobiado por la espantosa desgracia, en la calle, sin fortuna y sin crédito, sostenía que no, que la culpa no era de él, que la cosa había sucedido sin saber cómo, inopinadamente, por sorpresa o mala suerte, pero que estaba en lo cierto al asegurar que, lo que la Bolsa quita, la Bolsa vuelve a darlo. ¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío! Gimió sin consuelo, largo rato.

¡Ah! gimió la hostelera, frunciendo las cejas y moviendo la cabeza. ¿Por qué se habrá metido en ese malhadado asunto? De él nos viene todo el mal, y seguramente no hemos llegado al fin todavía. Tenga paciencia. Todo se arreglará. Veré al señor Simón, y si es razonable... La señora Miguelina le interrumpió precipitadamente: No, no le vea usted otra vez. ¡Ya es demasiado que se encontraran ayer!...

Beatriz gimió sin poder esquivarse, mientras Ramiro sentía correr por su cuerpo sobrehumano deleite. ¡Al fin lograba la ansiada, la soñada caricia! ¡Era el beso de ella, el beso de Beatriz, tantas veces imaginado! Pero, de pronto, en medio de aquel loco transporte, un relámpago de razón brilló en su cerebro. La realidad acababa de herirle de súbito. Fue algo espantoso.

Palabra del Dia

bagani

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