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Actualizado: 24 de mayo de 2025
En esa tosca llave mohosa se había posado su blanca mano. Quiso abrir, y luego se contuvo, temeroso de borrar las trazas de aquella mano. Pero su brazo se extendió otra vez, y la puerta gimió sobre sus goznes. Su temblor aumentó. Allí, en la capilla la veía delante de él, arrodillada, la cabeza baja, las manos juntas, vuelta hacia el altar, cubierta con un vestido color de fuego...
Diga usted más bien Marcel Prevost... En cuanto a mí, te engañas seguramente, abuela. No, no, sé lo que me digo... Ya estás entusiasmada por las teorías de ese caballero... ¡Ah! qué jóvenes las actuales... ¡Ay! gimió la de Dumais a modo de aprobación. ¿Por qué educar a las jóvenes como se hace ahora? dijo la abuela con más energía.
¡Mi propio hijo no me cree! ¡Mi propio hijo me acusa de falsedad! gimió la vieja. ¡He ahí el agradecimiento que obtengo hoy de mis hijos!
Tenía enfermo el corazón, el órgano rebelde á todo reparo. Por más que intentó animar al enfermo con palabras alegres, el viejo, con su astucia aguzada por el miedo, adivinó la ineficacia del remedio, entre aquellos planes de curación que Aresti le proponía por decir algo. ¡Lo mismo que los otros! gimió. ¡Ay Virgen de Begoña!... ¡Virgen de Begoñaaa!
Novoa hizo un movimiento de asombro al oir esto. Así es continuó Atilio . Disfruta de una casa magnífica, á cambio de guardar una tumba. ¡Oh, señor profesor!... No le haga caso gimió el músico con una expresión de víctima. Pero á todas estas ventajas siguió diciendo Castro une un terrible inconveniente: es más jugador que yo. En el Casino tiene un mote: «el señor del 5». No juega otro número.
Al encontrar libre la salida vió don Marcelo á la pobre mujer con los ojos enrojecidos, la faz huesosa, el pelo en desorden. La noche había gravitado sobre su existencia con un peso de muchos años. Toda su energía se desvaneció de golpe al reconocer al dueño. «¡Señor... señor!», gimió convulsivamente. Y se arrojó en sus brazos derramando lágrimas.
¡Santo Dios, un hereje! gimió el veterano; y en seguida me enumeró una porción de prácticas y ceremonias del culto católico que me importaba conocer. Afortunadamente continuó, no se esperará que esté usted muy al tanto, porque el Rey se ha mostrado ya bastante descuidado e indiferente en materia de religión.
¡Luis... Luis!... gimió tras él una voz débil, con entonación infantil y suave, que le recordaba el pasado, los mejores instantes de su vida. Sus ojos, acostumbrados ya a la oscuridad, vieron en el fondo de la habitación algo monumental e imponente como un altar: una cama con gradas, y en la cual, bajo los ondulantes cortinajes, se incorporaba trabajosamente una figura blanca.
Si esto es mío, ¿por qué no he de disponer de ello cuando me dé la gana?». Y leña, más leña... La infeliz víctima, aquel antiguo y leal amigo, modelo de honradez y fidelidad, gimió a los fieros golpes, abriéndose al fin en tres o cuatro pedazos. Sobre la cama se esparcieron las tripas de oro, plata y cobre.
Me arrojé sobre el desconocido, empujándolo con codos y rodillas; perdió el equilibrio; se agarró desesperadamente al borde de la portezuela, y yo seguí empujándole, pugnando por arrancar sus crispadas manos de aquel asidero para arrojarlo a la vía. Todas las ventajas estaban de mi parte. ¡Por Dios, señorito! gimió con voz ahogada . ¡Señorito, déjeme usted! Soy un hombre de bien.
Palabra del Dia
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