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Actualizado: 6 de mayo de 2025


El príncipe sonrió acordándose de lo que le había contado Toledo días antes: la desesperación de una señora cuarentona que venía de Niza con sus dos hijas todas las tardes y había acabado por perder cincuenta mil francos. ¡Ojalá me hubiese echado un amante! gemía la matrona con ojos lacrimosos . Mejor hubiera sido entregarme al amor. Entró Miguel en otros salones sin claraboya.

La vista de tierra despertó en Antonio el dolor y el espanto adormecidos. ¿Qué dirá mi mujer? ¿Qué dirá mi Rufina? gemía el infeliz. Y temblaba como todos los hombres enérgicos y audaces, que en el hogar son esclavos de la familia. Sobre el mar deslizábase como una caricia el ritmo de alegres valses. El viento de tierra saludaba a la barca con melodías vivas y alegres.

¡Lo que me ha costado adecentarlos y educarlos! gemía Toledo . Y ahora parece que los van á llamar de Italia para que sean soldados... ¡Más hombres á la guerra! ¡Hasta estos chicuelos, que aún no tienen la edad!... ¿Qué haremos cuando se vayan Estola y Pistola? Muchas noches, á la hora de comer, sufría quebrantos la disciplina de la comunidad. El primero que faltó fué Spadoni.

Aquella mujer, á ratos sentimental, que gemía sobre las desigualdades sociales y las miserias de los pobres, era una fuerza explosiva capaz de agrietar el carácter más abroquelado y duro. Saldaña acabó por resignarse, temiendo las acometividades de la nieta del cosaco.

Casi se puso de rodillas, implorando su perdón; cerraba los puños como si fuera á golpearse, castigando su atrevimiento. Pero ella no le dejó seguir... «¡No, no!...» Y mientras gemía esta protesta, sus brazos se cerraron formando un anillo en torno del cuello de Ulises. Su cabeza se inclinó hacia él, buscando el abrigo de su hombro.

Ben-Tovit, animado por las exclamaciones de compasión que profería de vez en cuando su vecino, daba a su rostro una expresión de sufrimiento, cerraba los ojos, balanceaba la cabeza, gemía, mientras de las profundas simas de la montaña y de las llanuras lejanas ascendía la obscura noche, que parecía deseosa de ocultar al cielo el gran crimen que se acababa de cometer sobre la tierra.

El gitanillo gemía «sus pesares y sus penas» con ese sentimentalismo falso de la canción popular, añadiendo que «al escucharle un pájaro, se le habían caído de sentimiento las plumas a millares»; y la vieja y su gente le jaleaban, alabando su gracia con tanto entusiasmo como si se alabasen ellos mismos.

Mientras ella gemía por la estrechez de la casa, por la orientación defectuosa de las habitaciones, todas al Norte, y la fealdad de los papeles chillones, Julieta estaba en su oficina oyendo en silencio las explicaciones de la empleada saliente, la señorita Beaudoin, solterona impenitente que se había puesto amablemente a su disposición, pero que no limitaba desgraciadamente sus buenos oficios a lo referente a los «Correos y Telégrafos» y añadía un curso variado de economía doméstica, de conveniencias mundanas y de moral de las familias, mas un compendio histórico y biográfico de Candore y sus habitantes, sin olvidar la presentación obligatoria de todos los que asomaban la nariz por la ventanilla, y Dios sabe qué desfile era aquél...

El domador era un verdadero canalla y pegaba al animal en los dedos de las patas, y el oso babeaba y gemía con unos gemidos ahogados. ¡Basta! ¡Basta! gritó un indiano que había estado en California. Porque tiene el oso atado hace eso dijo Martín , sino no lo haría. El domador se fijó en el muchacho y le lanzó una mirada de odio.

El resto lo había dejado para ella y su hija. Un tormento igual al del hambre representó para él la desesperación de Georgette. Al verle pretendía escapar, avergonzada. ¡Que no me vea el señor! gemía, ocultando el rostro. Y el señor, siempre que entraba en el pabellón, evitaba aproximarse á ella, como si su presencia le hiciese sentir más intensamente el recuerdo del ultraje.

Palabra del Dia

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