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Mi hermana, que, entre paréntesis, se zampó esta tarde media gallina, lo que quiere es un landó de cinco luces... ¡Atiza! Yo he aconsejado a Obdulia indicó Frasquito con gravedad , que no tenga cocheras, que se entienda con un alquilador. Claro... Pero no dará pa tanto el cortijo de pateta. ¡Landó de cinco luces! Y que tiren de él las burras de leche del señó Jacinto».

El chico me han dicho que está medio acabao. ¡Vaya un papanatas! ¡Como si por cantar la gallina le dejasen de apretar el gañote! Lo que debe tener un hombre ante todo es dirnidad, mucha dirnidad, y morir como Dios manda, sin dar que decir a la gente. Pero ya ve usted que eso no se puede remediar: unos son valientes y otros cobardes repliqué en tono de mal humor.

Sin etiqueta, señores, exclamó Braulio, y se echó el primero con su propia cuchara. Sucedió á la sopa un cocido surtido de todas las sabrosas impertinencias de este engorrosísimo, aunque buen plato: cruza por aquí la carne; por allá la verdura; acá los garbanzos; allá el jamón; la gallina por derecha; por medio el tocino; por izquierda los embuchados de Extremadura.

Al fin, queriendo terminar de un modo digno y brillante sus trabajos zoológicos, propuso hacer la gallina. Todas las antipatías, terrores y resentimientos de Julita se despertaron al escuchar este nombre malhadado. ¡No... ina no... ina feya!

El sólo encontraba aceptable en este bosque infinito de casas el vino de Gallina y sus sabrosos guisos. Habló el Lobato al espada, ayudándole con sus indicaciones a escoger las dos reses. El mayoral no mostraba asombro ni respeto ante estos nombres famosos tan admirados por las gentes. El pastor de toros casi despreciaba al torero. ¡Matar a unos animales tan nobles con toda clase de engaños!

Siempre la gallina del vecino nos parece una pava, y bostezar en compañía de los Montmorency y los Rohan no deja de tener cierto encanto, aun para los que suelen unir sus bostezos a los de los Osunas y los Medinacelis.

El primero es chupar los cuerpos enfermos, oficio propio de sus caciques y capitanes, que en su idioma llaman Iriabós, los cuales con este oficio se hacen mucho lugar entre los naturales, con harta ganancia, porque en vez de guisar la gallina y las otras viandas más exquisitas para el enfermo, se lo come todo el chupador, y al enfermo no le dan sino la ordinaria vianda de un puñado de maíz bien mal cocido; y si no lo quieren comer, no les da mucho cuidado, contentos con la respuesta del enfermo: ¿cómo he de comer si no tengo gana?

Ya han matado una gallina para el caldo dijo Momo ; yo he visto las plumas en el corral. ¿Madre, ha perdido usted el sentido? exclamó Manuel colérico. Basta, basta dijo la madre con voz severa y dignidad . Caérsete debía la cara de vergüenza de haberte incomodado con tu madre, sólo por haber hecho lo que manda la ley de Dios.

Cosa sorprendente: Apolonio asistía sin enojo, antes con orgullo, al vencimiento de sus gallos. Lo esencial era que nunca cantaban la gallina; morían porque debían morir, que el héroe muere siempre a la postre, y no a manos de otros héroes, sino por el vil puñal.

Y hace mal en afirmarlo de tal manera, pues, como dice el proverbio: «La gallina que canta es la que huevos ponePor aquellos tiempos no había más que una gallina en Sol de Oro... Había también un gallo joven que cantaba con voz clarísima y ese gallo, señor Delaberge, usted le conoce mucho mejor que yo... ¡Cállese!... La desgracia la ha vuelto a usted mala, ¡pobre mujer!...