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La litera estaba forrada de raso blanco, con pasamanería de galón de oro, cristales de Venecia en las portezuelas, ricas cortinillas tras los cristales y una rica piel de oso en el fondo. Podía asegurarse que muchas damas principales y ricas no poseían un tan lujoso vehículo. Es verdad que antes y ahora muchas señoras de título no podían ni pueden tener los trenes que usaban las comediantas.

Recordaba después la alegría de ser levantada como una pluma y estrechada contra el uniforme bordado de oro, y de sentir en la frente y en el cuello el cálido beso del joven padre. ¡Bien, Liette, eres valiente... Después su infancia errante por las guarniciones, recorriendo la Francia y las colonias, del Norte al Mediodía, del Este al Oeste, marcando cada etapa por un galón más.

La niña dejábase conducir con garbo desdeñoso de infanta. El negro velo descubría tan sólo el ruedo de la saya, donde un plateado galón chapeaba tres veces el terciopelo turquí. Ramiro se levantó. Toda la gracia de la mujer pasaba ahora ante él, delicada y terrible.

En medio de la tropa, jinete en un caballo bayo, avanzaba muy erguido un oficial de edad provecta, peluca blanca y con un sombrero de picos con galón de oro, el cuerpo cruzado por una banda amarilla y el pecho cubierto de cintajos. Cuando dicho personaje alzaba la cabeza, el pico del sombrero, coronado por un penacho de plumas negras, hacía las veces de visera.

Un galón de vino del Jura apuesto por el arco, dijo Reno, y por mis barbas que preferiría apostarlo de buena cerveza de Londres si tal hubiera por estas tierras. ¡Apostado! exclamó el ballestero. Lo que no veo, continuó mirando rápidamente en derredor, es un blanco que merezca tal nombre, pues yo no he de perder el tiempo tirando á esos escudos, buenos para ejercitar reclutas.

¡Mucho dorado! exclamaba con el desprecio del que no se siente atraído por las exterioridades, ¡mucho galón, pero al fin un esclavo! Quería a su hijo libre y poderoso, continuando la conquista de la ciudad, completando la grandeza de la familia iniciada por él, apoderándose de las personas, como él se había apoderado del dinero. Sería abogado; la carrera de los hombres que gobiernan.

Pero «un marino» en Santander, hasta hace muy pocos años, hasta que llegó á la clásica tierra de los garbanzos ese airecillo que aclimató la crinolina en Bezana y la cerveza en San Román, significaba otra cosa más concreta y determinada. «Un marino» significaba, precisamente, un joven de veinte á treinta años, con patillas á la catalana, tostado de rostro, cargado de espaldas, de andar tardo y oscilante, como buque entre dos mares, con chaquetón pardo abotonado, gorra azul con galón de oro y botón de ancla, corbata de seda negra al desgaire, botas de agua, mucha greña, y cada puño como una mandarria.

Repitiose el murmullo de voces: discutían como si formasen Consejo, oyéronse pasos, cada vez más cercanos, y se abrió la puerta de la sala de políticos, asomando por ella una gorra con galón de oro. Don Juan dijo el empleado con cierta cortedad , esta noche tendrá usted compañía... Dispense usted, no es mía la culpa; la necesidad... En fin, mañana ya dispondrá el jefe otra cosa.

No olvidaría Frasquito, si mil años viviese, aquella grandiosa fiesta, a la que asistió de bandido calabrés. Y se acordaba de todos, absolutamente de todos los trajes, y los describía y especificaba, sin olvidar cintajo ni galón.

Puede afirmarse que entre toda aquella multitud allí congregada no había figura de aspecto tan vistoso y bizarro, á lo menos en lo que hace al traje, como la de aquel capitán. Llevaba el vestido profusamente cubierto de cintas, galón de oro en el sombrero que rodeaba una cadenilla, también de oro, y adornado además con una pluma.