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Actualizado: 17 de junio de 2025


Detrás de él aparecieron dos caballeros con levita y sombrero de copa. El uno alto, rubio, con larga barba que le llegaba hasta la mitad del pecho, fisonomía abierta y simpática; joven aún. El otro más bajo y más delgado, de color enfermizo, barba rala y gafas. El primero era un médico distinguido de la población.

Si se quita las gafas sus ojos son tan feos, tan raros... Te digo que no se le puede mirar, porque los ojos parecen dos huevos duros, todos surcados de venillas rojas. Dice que es un ángel; pero que se ha hecho muy mística, y que él, respetando mucho el misticismo, ha tenido que buscar fuera de su casa lo que en ella no encontraba... No tiene hijos.

En el fondo de su alma, hallábase persuadido de que M. L'Ambert tenía la culpa de todo. Este señor no es razonable decía a su mujer, mostrándole los estragos de los cuatro últimos días; usa gafas del número 4, que son forzosamente muy pesadas; quiere por coquetería una montura muy liviana, y tengo la seguridad de que trata a sus gafas como si fueran de hierro forjado.

Quince faltas voluntarias de asistencia, continuaba el catedrático; con que no te falta más que una para ser borrado. ¿Quince faltas, quince faltas? repetía Plácido aturdido; no he faltado más que cuatro veces y con hoy, cinco, ¡si acaso! ¡Júsito, júsito, señolía! contestó el catedrático examinando al joven por encima de sus gafas de oro.

De salud, , en efecto: me encuentro perfectamente; pero estas gafas endiabladas no hay forma de que se mantengan enteras. Y refirió al doctor toda la historia. Este se quedó pensativo, y dijo al cabo de un rato: El auvernés anda por medio. ¿Tenéis aquí alguna de las monturas rotas? Debajo de mis pies tengo la última.

Escuchad lo que iba diciendo entre dientes el atildado notario de la calle de Verneuil: ¡Maldita aventura! ¡Que me lleve el diablo si sospechaba siquiera que le hubiese dado derechos a este animal de turco!... porque, ¡vaya si lo es!... Pero, ¿por qué no me habré puesto las gafas?... Parece que le he pegado un puñetazo en la nariz... , sin duda: su tarjeta está manchada de sangre, y mi mano lo está también.

Las familias acomodadas del campo, cuando oían hablar de hombres sabios, pensaban inmediatamente en el notario de Valencia. Le veían con religiosa admiración calarse las gafas para leer de corrido la escritura de venta ó el contrato dotal que sus amanuenses acababan de redactar.

D.ª Rafaela lo advirtió bien, y adoptando un semblante enteramente picaresco, le dijo bajando aún más la voz: Ya , ya , querida, que usted y él... ¡vamos!... Apriete, hijita, apriete, y que no se escape, que bien merece la pena... Al que no puedo ver ni en pintura es a aquel otro que se come los periódicos, aquel de las barbas y las gafas... ¡Ah, , Moreno!...

Tomando la sillita baja, que usaba cuando cosía, la colocó junto al balcón. Le dolía la cintura y al sentarse exhaló un ¡ay! Para coser usaba siempre gafas. Se las puso, y sacando obra de su cesta de costura, empezó a repasar unas sábanas.

Fijó la vista en el epígrafe Percance grave, que estaba en letras de mucho relieve; tentole la curiosidad, y leyó lo que seguía. Se quedó hecho una estatua al concluir. Repasó su memoria... «Justo y cabal», se dijo. Y voló en busca de Nieves, con el periódico en la mano y las gafas en la punta de la nariz. Sin sentarse y temblándole el papel entre los dedos, leyó a su hija lo del Percance grave.

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