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No me he hecho nada se dijo . Al pasar por cerca de la fuente de la plaza tiró el resto de la cuerda al agua. Luego, deprisa, se dirigió por la calle de la Rua. Iba marchando volviéndose para mirar atrás, cuando vió a la luz de un farol que oscilaba colgando de una cuerda dos hombres armados con fusiles, cuyas bayonetas brillaban de un modo siniestro. Estos hombres sin duda le seguían.

Su coronel, D. Francisco de Paula Soler, parecía dar fuego a todos los fusiles con la arrebatadora llama de sus ojos; con el gesto de su mano derecha empuñando la espada, que parecía un rayo; con sus gritos, que sobresalían entre el granizado tiroteo, sublimando a los soldados.

Desde el lunes, 22 de septiembre, estoy aquí completamente sola; he venido para presenciar nuestra pobre vendimia. Alfonso, Mariana, su madre y Julia, partieron el miércoles 17 para Montculot, en donde les han hecho un recibimiento como a los antiguos señores de otros tiempos. Fueron a darles la bienvenida las mujeres vestidas de blanco, y los hombres disparando al aire sus fusiles.

Pero siguieron sonando, y su estrépito belicoso entró por sus oídos con la misma impresión reconfortante y cálida que si un vino de generosa embriaguez se deslizase por su boca. Un pelotón de cabos y soldados doce fusiles se había destacado de la doble masa militar. Lo mandaba un suboficial de bigote rubio, pequeño, delicado, con el sable desnudo.

Un cordon de estos infelices sospechosos, seis ó siete, atados codo con codo y maniatados como racimo de carne humana, marchaba una siesta por un camino que costeaba un monte, conducido por diez ó doce guardias, armados de fusiles. Hacía un calor estraordinario.

Los cuatro holandeses y Lu-Hang hacían a toda prisa los preparativos para el abandono del buque. Tenían ya en la cubierta los fusiles, algunas hachas, municiones, víveres para una semana, un gran barril lleno de agua, remos, una vela, un palo para sostenerla y algunas mantas. ¡A embarcar! ordenó el Capitán.

Un coche de plaza sin número esperaba a la puerta: el cochero tenía la cara cubierta con un pañuelo. Crecido número de guardias de orden público se hallaba distribuido en el concurso, y un piquete de soldados, con los fusiles en «su lugar descanso», ceñía la fachada del siniestro caserón, contemplando con ojos distraídos el hervor de aquel mar de cabezas humanas.

Cuando en América llevábamos cañones y fusiles á los revolucionarios, no nos preocupaba el uso que pudieran hacer de ellos. Tòni insistió en su negativa. No es lo mismo... No explicarme; pero no es lo mismo. Al cañón le puede contestar otro cañón. El que pega también recibe golpes... Pero ayudar á los submarinos es otra cosa. Atacan ocultos, sin peligro... y á no me gustan las traidorías.

Antes de quince días se embarcarían en Cádiz. ¡Huir, huir cuanto antes de una tierra de patíbulos, donde los fusiles tenían la misión de aplacar el hambre, y los ricos le tomaban al pobre la vida, la honra y la felicidad!... Cuando lleguemos continuaba Rafael serás mi mujer. Repetiremos nuestras pláticas de la reja. Mejor aún.

Hans y Cornelio, armados de fusiles, registraban las rocas, para convencerse de que no había por allí ningún otro salvaje, y disparaban sin cesar contra las bandadas de cacatúas blancas, rojas o de color de rosa pálido, matando muchas de ellas. El Capitán, entre tanto, examinaba los bajíos de la bahía, para asegurarse mejor de la cantidad y calidad de las olutarias.