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Actualizado: 16 de junio de 2025
El conde de Trevia en sus actitudes y maneras tiene más de gato que de mujer. La condesa está sentada á su lado y es mujer que seguramente no llega á los treinta años, pequeñita, de mejillas frescas y sonrosadas, ojos pardos rasgados, cabellos de un castaño claro, con una boca deliciosa provista de pequeños y blancos dientes. Una mujer sana y hermosa.
¿Qué haces, pícaro? exclamó el caballero alzándose bruscamente y mirándole con afectada severidad. El chico, aterrado, se dio a la fuga. La niña reía: sus carcajadas sonaban frescas y cristalinas como el gorjeo de los pájaros. ¡A ése! ¡a ése...! ¡Al ladrón! gritaba Reynoso. Luego, sacando del bolsillo un caramelo, se lo dio a la niña diciendo: Tú, que eres buena, toma. A ese tunante nada.
La cosa es segura, muchacho. ¡Has clavado una pica en Flandes! Estábamos a fines de octubre, mediaba el otoño, y los campos reverdecidos por las lluvias hacían gala de sus follajes. Las mañanas eran límpidas, frescas, pródigas de luz; los crepúsculos breves, espléndidos, incomparables. Me placía vagar por los alrededores de Villaverde.
El que a buen árbol se arrima, contestó la tía Zarandaja, buena sombra le cobija, y de manzanas de oro, y aun con aditamentos de diamantes, es aquel bajo cuyas frondosas y frescas ramas os habéis puesto. Ya me tarda el oíros, buena madre, dijo Cervantes; que grandes cosas y de mucho provecho han de ser, a lo que me parece, las que tenéis que decirme.
Mi atención estaba por completo fija en Cecilia, que se acercó tranquilamente a Enrique presentándole sus frescas y sonrosadas mejillas. El joven apenas las rozó con sus labios. No se ruborizó, no palideció, no perdió el conocimiento, como yo esperaba: estuvo tranquilo y sereno. Decididamente, me dije, es un héroe.
Adios, adios por siempre, celestes fantasías Que al corazon tranquilo, y en mas serenos días, Brindaron halagüeñas, dichoso porvenir, Pasad engañadoras visiones peregrinas: En vez de frescas rosas tan solo piso espinas, Y el sol de mi esperanza no veo ya lucir.
La mayor parte de ellas eran frescas y robustas más que hermosas, pero algunas merecían el nombre de tales. Los movimientos eran vivos, sueltos, graciosos: el que más le agradó a Miguel fue uno que consistía en pegar los brazos al cuerpo y dar vueltas a la danza, saltando a pie juntillas. En torno de ellas había bastantes mirones, hombres y mujeres.
Llegaba hasta él un rumor creciente de muchedumbre. El gran patio del palacio debía estar ya repleto de invitados. Una música militar sonaba incesantemente. Escapó Flimnap por unos pasillos poco frecuentados, temiendo tropezarse con los periodistas, que iban á la zaga de él desde el día anterior pidiéndole noticias frescas.
Más allá de los puentes, al través de sus arcos de piedra, veíanse los rebaños de toros, con las patas encogidas, rumiando tranquilamente la hierba que les arrojaban los pastores, ó andando perezosamente por el suelo abrasado, sintiendo la nostalgia de las frescas dehesas, plantándose fieramente cada vez que los chicuelos les silbaban desde los pretiles. La animación del mercado iba en aumento.
Aquí llegaban de su conversación, cuando fueron interrumpidas por Marcelita, que entró en la sala como un torbellino; presentó sus frescas mejillas a la señora de Aymaret, y volviéndose a Beatriz le preguntó toda sofocada: ¿Es verdad que papá se va? ¿Quién te ha dicho eso? Enriqueta, a quien le ha prevenido que le haga su equipaje.
Palabra del Dia
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