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Actualizado: 24 de octubre de 2025
No es feo... exclamó la abuela acercándose y retirándose la fotografía a los ojos para ver sus diversas expresiones. Me gusta esta expresión enérgica, esos ojos francamente abiertos, esta boca medio sonriente... Tiene hermosos cabellos... y buen bigote... Sí, no es feo... Mira, Magdalena. No eché más que una ojeada a la fotografía, que representaba, en efecto, un buen mozo.
Es una de esas cabezas de mujeres meditativas y perversas en que el artista ha sabido poner toda el alma femenina contemporánea. Frente al pupitre, en sencillo marco de caoba, está una fotografía del autorretrato del Greco.
El sobre que encerraba en su seno las treinta y dos cartas, estaba en mi bolsillo, junto con la fotografía pegada al lienzo; por lo tanto, despejé la cuadrada y vieja mesa de roble, las saqué ansiosamente y las coloqué encima de ella, mientras Reginaldo y el anciano me miraban faltos de aliento. El primero mencionado en la rima es el rey dije. Pongamos los cuatro reyes juntos.
Y señalaba una gran fotografía con lujoso marco, que le representaba a él en traje de monte, mucho más joven, rodeado de varias niñas vestidas de blanco, y sentados todos en el centro de una pradera sobre un montón negruzco, a un extremo del cual se destacaban unos cuernos. Este banco obscuro e informe, de agudo dorso, era Coronel.
Cuando recibió este retrato, debía tener Robledo treinta y siete años: la misma edad que él. Ahora estaba cerca de los cuarenta; pero su aspecto, á juzgar por la fotografía, era mejor que el de Torrebianca. La vida de aventuras en lejanos países no le había envejecido. Parecía más corpulento aún que en su juventud; pero su rostro mostraba la alegría serena de un perfecto equilibrio físico.
Ni en los más recónditos secretos y escondrijos de sus muebles podrá encontrarse una fotografía desvergonzadamente impúdica; pero en cambio le parece honesta sobre todo encarecimiento aquella ninfa que, sorprendida desnuda y acosada por un sátiro, se escondió... tras el tenue y plateado hilo que formó una oruga entre dos ramas de árbol.
Cada uno tiene su modo de hacerla dijo ella con imperceptible sonrisa. Confesad que la mía sería singular. Púsose a jugar con mano febril con algunos objetos que había sobre la mesa; sus ojos se detuvieron en una fotografía del pequeño Roberto; tomola y contemplola atentamente. Es lindo mi hijo, ¿no es verdad? ¡Precioso! ¿Por qué lo tomasteis en vuestros brazos cuando yo entré?
La litografía, el grabado y la fotografía, han reproducido tanto este lienzo que no hace falta describirlo.
Y mientras ella soñaba saboreando el pasado, entusiasmábase Rafael contemplando el retrato de Brunilda, una hermosa fotografía en cuyo robo había pensado más de una vez. Aquella era Leonora; la walkiria arrogante, la hembra fuerte y valerosa, capaz de darle de bofetadas al más leve atrevimiento y de manejarle como un niño.
La anciana se fue a la cocina para traer vasos, y aprovechando esta circunstancia, Reginaldo se puso de pie, cerró rápidamente la puerta, y, volviéndose a Hales, le dijo en voz baja: Queremos conversar reservadamente con usted unos cinco minutos. ¿Reconoce usted ésto? añadió, sacando la fotografía y poniéndosela por delante al anciano. ¡Es mi casa! exclamó sorprendido. ¿Pero qué hay con eso?
Palabra del Dia
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