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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Fogosísimo brinco de Leopoldina Pastor, que esperaba la plaza, y enérgico «¡Indecente!» que revolotea anónimo en el aire sin saber dónde posarse... Carmen Tagle se desternilla de risa... La agraciada guarda majestuoso silencio, compónese las gafas de oro y proyecta reparar en la retórica de Marco Tulio la parte preceptiva de los documentos oficiales... La duquesa de Astorga la felicita sin pizca alguna de malicia... Tras el telón, Butrón espera, Pulido teme, el tío Frasquito medita... Diógenes ha encontrado junto a la pared un cordelito que parece bajar del techo y lo examina detenidamente... La marquesa de Butrón concluye: Tesorera: excelentísima señora doña Ramona Gómez de López Moreno...
La frotación con la clientela le era cada vez más indiferente, y lo mismo el agitado y turbulento roce con Felicita. La frotación con el francés, cada vez más grata. Lo espantable, lo que había suscitado el terrible faraón crónico, era el contacto con Bellido, contacto siempre molesto y congojoso, pero que aquel día, de súbito, le había herido y desgarrado hasta lo más íntimo. «Estoy arruinado.
Señora, no levante usted escándalos, que están durmiendo los huéspedes; ni me haga perder más tiempo. Ya le explicaré más tarde. Y salió la duquesa, dejando encerrada a Felicita. Novillo murió una hora después. Antes de morirse, llamó por señas a la duquesa, y ya con lengua moribunda, dijo: Felicita... perdón... no casarme... amado, amo... muero... amo... ella.
Trae aceite, todo el aceite que haya en la cocina.... Al fin se decide usted a comer algo. Trae una gran fuente. Trae la caja de lamparillas. Trae las velas que haya en casa. Encima de la cómoda había una imagen de la Virgen de Covadonga. Felicita encendió una gran iluminación delante de la imagen. De rodillas, rogaba: ¡Señora, sálvalo!
Era obligado que penetrase creyéndose perseguida, que proyectase vagamente hacerse un par de zapatos, y que, de postdata, le acometiese el escrúpulo de si a Novillo le placerían aquellas visitas al zapatero subversivo. A poco de salir Felicita, cruzó, por delante de las puertas de la zapatería, don Anselmo Novillo, con solemnidad de hombre corpulento, machucho y poseído de su elegancia.
Te hundirás, sin que te sirvan de nada tu pie ario y tu pie semita. ¡Ay de ti si entonces no sabes ser filósofo!» Contribuía en medida considerable a la serenidad presente de Belarmino haberse libertado, en el transbordo, de no floja impedimenta. Xuantipa ya no le pesaba a todas horas del día; habían cesado las visitas cotidianas del usurero Bellido y de Felicita la solterona.
Pero el amor mudo y constante de Anselmo y Felicita encerraba, bajo el aspecto ridículo, emoción patética. Buscábanse sin cesar Anselmo y Felicita, vivían el uno para el otro; pero la Némesis antojadiza había herido de mudez a Anselmo y colocado entre los dos, además de esta barrera de silencio, un ancho valladar infranqueable, aunque de aire delgado y transparente.
No apruebo el capricho comentó la duquesa . Recibirá usted una impresión demasiado desagradable. Obstinóse Felicita, y la duquesa cedió. De camino, Felicita iba diciendo: El suelo huye bajo mis plantas. Las paredes ondulan. El mundo se descuartiza y los trozos van rodando por el aire.
Llévame en brazos, escondida, como una criatura.... Señorita, está usté perdiendo la chaveta. Vaya, tranquilícese. Llore, que el llanto le hará bien. Era ya de noche. Felicita, llorando, cada vez con desconsuelo más dulce, resignado e inconsciente, se adormeció como un niño. Estaba tumbada en el sofá.
Comenzaba a pasear la calle a Felicita y pasearía durante tres o cuatro horas. Xuantipa se retiró a preparar la cena. Belarmino, a solas, apoyó la frente en ambas manos, meditabundo. Así estuvo, sin moverse, largo espacio, hasta que volvieron el aprendiz y la niña. Obscurecía ya.
Palabra del Dia
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