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Trae aceite, todo el aceite que haya en la cocina.... Al fin se decide usted a comer algo. Trae una gran fuente. Trae la caja de lamparillas. Trae las velas que haya en casa. Encima de la cómoda había una imagen de la Virgen de Covadonga. Felicita encendió una gran iluminación delante de la imagen. De rodillas, rogaba: ¡Señora, sálvalo!

Piferrer, en su Nobiliario español, dice que, según los genealogistas, era muy antiguo e ilustre el linaje de los Pizarros; que algunos de ese apellido se distinguieron con Pelayo en Covadonga, y que luego sus descendientes se avecindaron en Aragón, Navarra y Extremadura.

Yo no sabía qué decir. Se me ocurrió una bobada. Hacia la resurrección. ¿No sabes que es pascua florida? Se detuvo, temblando. ¿Está usté loco, señor? ¡Ay, Dios mío, ten piedad de ! Yo tiré de ella, escaleras arriba. Ven conmigo, mujer. ¡Virgen de Covadonga! Gritaré, aunque se arme un escándalo y me lleven a la delegación y se detuvo, con firmeza.

Más tarde las huestes sarracenas que habían paseado en triunfo todo el orbe, vinieron á estrellarse contra los pechos de un puñado de labriegos ahí, un poco más arriba, en la sacra montaña de Covadonga. Pasaron muchos siglos, empezaron á alimentarse con borona, y otras águilas tan brillantes, las del César Napoleón, cayeron sobre nuestro país.

Cristianos y muslimes parecen olvidados de sus respectivos destinos: malgastan aquellos en sus discordias intestinas el fecundo calor que solo debian emplear en la santa empresa de la reconquista, y embotan en luchas fratricidas el noble sentimiento de religion y patriotismo que inspiró á sus mayores la generosa protesta de Covadonga; los mahometanos por su parte desperdician tambien en interminables guerras de partidos la energía que comunicaba antes á sus corazones el precepto de la guerra santa, y ocupados en sofocar sediciones, celebran paces cuando á sus reyes conviene con los enemigos del Islam.

Con una docena como él, Bilbao sería nuestro por completo, y esta población aparecería como otra Covadonga, desde la cual emprenderíamos la reconquista de España encenagada en un liberalismo que es libertinaje, y olvidada de Dios... Comprendo por qué tuerces el gesto: chismes y enredos de tertulia, murmuraciones de las amigas, que por exceso de atracción en el pobre Urquiola, sólo saben hablar de él. ¡Ya las arreglaré yo á esas maldicientes!... ¿Y sabes por qué se ocupan tanto de Fermín?

Lejos de ello, sólo dejaba los cántabros para mezclar a sus sucesores en la epopeya de Covadonga o en los líos de los «Bandos» de Castilla; y ya puesto aquí con los ditirambos a sus ínclitos «antepasados», recorría con ellos las cinco partes del mundo, hasta no saber por dónde se andaba, ni yo tampoco.

El instinto de la nacionalidad cristiana revolviéndose contra los invasores, el repliegue de toda el alma española a los riscos de Covadonga para caer de nuevo sobre el conquistador, era una mentira.

Allí hubo otra batalla como la de Covadonga y en aquel mismo siglo, aunque no fue tan celebrada porque fueron vencedores los moros cordobeses.

Aquello parecía el fin del mundo: legiones enteras de romanos despeñándose por las laderas de los montes; masas de huestes africanas hinchiendo los desfiladeros de Covadonga y ahogándose en la propia sangre que corría por el fondo tenebroso de todas las barrancas; después, huyendo despavorida de la persecución de los fieros montañeses, otra masa, la de los sobrevivientes mahometanos, trepando Picos arriba entre los aullidos de la tempestad, para ir a despeñarse a la vertiente opuesta y bajar convertida en rimeros de cadáveres con las enrojecidas aguas del Deva, hasta desaparecer entre el fiero oleaje del embravecido mar Cantábrico, que también ayudaba a los cristianos contra los moros.