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Actualizado: 3 de junio de 2025
Quiso continuar, pero no pudo; cayó sobre su silla como un saco, y Serafina, orgullosa de aquella oratoria inesperada y de la discreción con que su amante se abstuvo de aludirla, le felicita con un apretón de manos y otro de pies más enérgico.
La duquesa, que había cerrado de golpe la puerta, observaba a Novillo. Que no me vea así... tartamudeó Novillo, con soplo delgado y apenas perceptible. Entonces, la duquesa salió, cogió por un brazo a Felicita, la arrastró lejos, hasta una habitación vacía, le hizo sentar de golpe, y dijo: Usted se está quieta aquí. Mi puesto es a su cabecera, para recoger su postrer suspiro.
Pero, aun así y todo, estoy convencida que mucho más desgraciada sería casándose en tales circunstancias, y que diría infinitas más veces: «¿por qué me habré casado?», de las que ha de decir: «¿por qué estorbaron que me casase?» Con eso, mi conciencia se queda tranquila, y no tengo inconveniente en desbaratar ese desatentado casorio. Ahora vamos a sacar a Felicita todas las noticias necesarias.
Solía impacientársele el Inteleto a los postres, y tan pronto como Xuantipa se levantaba a fregar la loza, Belarmino se evadía furtivamente al Círculo republicano. Después, lo de siempre: irrupción violenta de Xuantipa, retorno aflictivo, este o aquel cliente, todos morosos, el óptimo Colignon, el pésimo Bellido, la imposible Felicita.
El lugar de la acción del primer acto es la residencia del gobernador de Gaeta, el cual, en la primera escena del mismo, felicita por su llegada al mismo sitio á su amigo el español Don Juan Roca, y á su joven esposa Serafina. Porcia, la hija del gobernador, traba pronto amistad con Serafina, confiándose ambas sus secretos amorosos.
Por la zapatería caían de visita, periódicamente, Pedro Barquín, el cura Chapaprieta, el magistrado don Hermenegildo Asiniego, y otros claros varones de la urbe. El señor Novillo acudía a diario al establecimiento y se dilataba allí varias horas, gran parte del tiempo en el umbral, mirando con disimulo, rendimiento y rubor al balcón florido y pajarero de Felicita Quemada.
Felicita sabía que algunos hábitos eran preciosos, y aun elegantísimos, si es lícita esta expresión profana. De estos dos puntos, la regla y el hábito, dependía la elección de Felicita. Al entrar en casa de los Neira, extrañó no ver a Belarmino en su cuchitril. ¿Dónde estaba Belarmino?
Dentro de aquella prisión imperceptible para los ojos, Felicita se consumía lentamente; de fuera, Novillo se detenía estupefacto, sin apenas atreverse a mirar a la amada cautiva. Añádase, en honor de la verdad, que el tormento surtía contrapuestos efectos en Novillo que en Felicita, pues a Novillo no le robaba carnes, antes se las añadía.
Novillo, presa de sus propias ansiedades amorosas, se levantó sin haber escuchado a Apolonio, y fué hacia la puerta, a mirar desde allí furtivamente a Felicita. Apolonio le seguía, declamando con el brazo extendido y la mirada flamígera: Jamás lo declararé. Antes pasarán sobre mi cadáver. Y si después de muerto lo declaro, conste que no soy yo, sino un espíritu maligno que habla por mi boca.
Tú fuiste virgen sin mancha, pero te casaste. ¡Sálvalo, Señora! ¡Señora, tú estuviste casada y tuviste un hijo. ¡Sálvamelo, Señora, para que nos casemos, aunque yo continúe virgen y no tenga ningún hijo! Felicita sintió que el pecho se le llenaba de confianza. Volvió al sofá. Inclinó la cabeza, pensando: «La Señora me lo salvará, y nos casaremos.
Palabra del Dia
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