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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Todos los demás pretendientes me inspiran aversión y asco. Apolonio examinaba los papeles escritos. Estos son versos míos bisbiseó. Ya lo . Pero estos versos no están escritos por . Son copias; y la letra es de don Anselmo Novillo. Agua pudo apenas articular Felicita, en tanto se desplomaba exánime sobre el diván.

Apolonio, ante la prosopopeya de Felicita, ya se halló en su elemento, y juró con la solemnidad y unción de un pontífice. «En medio de todo reflexionaba Apolonio , qué curioso drama el de Novillo y Felicita. Es algo así como el suplicio de Tántalo. ¿Por qué no se casan? No será porque no quieran ni porque nadie se lo impida. Y, sin embargo, no se casan.

Don Anselmo sigue un poquito mejor. Felicita palpaba a la sirvienta: ¿Sueño? ¿Eres ? ¿Soy yo de carne? ¿No somos fantasmas? Telva respondía mentalmente: «¿ de carne? Puro hueso, y ya muy duro. ¿Pantasmas? No estás mala pantasmona....» Felicita proseguía: ¿Has hablado? ¿Me figuré oír una voz? ¿Qué me has dicho? Que don Anselmo sigue un poquito mejor.

Y llovía sin cesar en la vieja ciudad de granito, y había pesadumbre, lágrimas y duelo hasta en las almas empedernidas. Conque ¿qué sería en las almas tiernas y sensibles? Felicita llevaba ya tres días sin ver a su adorado Novillo; los tres únicos días seguidos de ausencia en muchos años.

Apolonio, ¿nos oye alguien? preguntó Felicita, inclinándose sobre el mostrador, con delgado aliento y ojos de espía. Si usted conserva ese tono, nadie nos oirá. Apolonio.... Es usted un miserable, un traidor, un ingrato. Se lo digo a usted en voz baja, aunque con toda energía, porque quiero evitar espantosas complicaciones, incluso la efusión de sangre. Pero, señora...; digo, señorita....

Es pronto aún para misa de alba. Felicita no la oyó. Telva insistía. Felicita dijo, como hablando para : Anselmo está agonizando. Llegaron a la fonda del Comercio. Estaba abierta y había un camarero de guardia. Don Anselmo se muere dijo Felicita. , señora, espicha sin remedio respondió el camarero. Voy a su habitación. Enséñeme el camino ordenó Felicita.

Un gesto, un solo gesto, un movimiento de ojos, el ademán de un dedo, la seña más leve, y yo me hubiera arrojado en sus brazos, me hubiera entregado a él, me hubiera abrasado y anonadado de amor, me hubiera deshecho en besos apasionados.... Felicita, repare usted que, en las habitaciones vecinas, hay huéspedes y le están oyendo a usted. Lo proclamo a la faz del mundo.

Estas retóricas desoladoras dejaban a Telva perfectamente fría. Decía para : «La señorita está más loca que un vencejoAl cuarto día de ausencia, Felicita no pudo resistir más, y envió a Telva a la fonda del Comercio, a que averiguase discretamente qué era de don Anselmo Novillo. Al volver, soltó de sopetón y sin preámbulos lo que sabía. Pues don Anselmo está muy malito con pulmonía.

Afortunadamente, Felicita se recobró antes de que Apolonio recurriese a este último extremo. Sorbió el agua; pidió los papeles; los restauró al cobijo del seno, no sin antes besarlos, y dijo a Apolonio: Por la memoria de su madre le pido juramento que no dirá nada a nade de esto que ha pasado. ¡Júrelo!

¿Qué ruido es ése? murmuró Felicita, incorporándose estremecida . Parece que clavan un ataúd. Parece que cavan una fosa. Pero eran unas almadreñas, en la calle. Felicita se tendió nuevamente en el sofá. ¿Qué ruido es ése? murmuró Felicita poniéndose en pie, transida de terror . Parece que moscardonea un enjambre de espíritus. Parece que se oyen voces del otro mundo.

Palabra del Dia

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