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Actualizado: 6 de junio de 2025
¡Cómo! ¿No traes faja? exclamó quedando inmóvil, petrificado. No, señor; no me ha hecho falta. Mañana te pondrás una mía de franela. A mí me da cinco vueltas. A ti supongo que te dará alguna más. ¡Me dará quince! pensó con desesperación Andrés, que sudaba ya copiosamente dentro de la zamarra.
Pues yo digo que el valor no da experiencia, y que sin experiencia nadie sabe mandar. ¡Coronel del Ejército con veinticuatro años de edad! Yo lo fui a los cuarenta, después de haber estado en el Rosellón, en América, en Portugal; y no gané la faja de general sino de vuelta del Norte con la Romana y de haber peleado en la guerra de la Independencia.
Continuaba el registro al son de la música. El Capellanet seguía a la pareja en sus evoluciones, plantándose siempre ante el guardia viejo con las manos en la faja, mirándole tenazmente con una expresión entre amenazadora y suplicante. El guardia parecía no verle, buscaba a los otros, pero a poco volvía a tropezarse con el muchacho, que le cerraba el paso.
Descubríase una inmensa extensión de costa, no llana, sino ondulante, plantada de maíz en unos sitios, en otros de trigo, en la mayor parte de hierba solamente, cortada por la gran vía empolvada de Lancia, con su faja obscura de olmos gigantescos, a cuyo extremo parecía como una mancha blanca y roja la villa.
Una platería de un chueta le retuvo largo tiempo. Admiraba las cadenas de oro hueco fabricadas para las payesas, los botones de filigrana con una piedra en el centro, reputando en su interior todos estos objetos como las obras más perfectas y maravillosas creadas por el arte de los hombres. ¡Si entrase en la tienda para comprar una docena de aquellos botones!... ¡Qué sorpresa la de la atlota de Can Mallorquí cuando él se los ofreciese para adornar sus mangas!... Seguramente que los aceptaría de él, un señor grave al que miraba con respeto filial. ¡Enojoso respeto! ¡Maldita gravedad la cuya, que le estorbaba como un fardo abrumador!... Pero el heredero de los Febrer, el descendiente de opulentos mercaderes y heroicos navegantes, tuvo que desistir pensando en el dinero que guardaba en su faja.
Cuando subimos sobre cubierta se desvanecía en los horizontes del Poniente la luminosa transparencia del día, yendo poco á poco borrándose los contornos de los monstruosos grupos que dibujan en las nubes los últimos destellos del sol. A la tenue y melancólica luz del crepúsculo divisamos á la banda de babor una cenicienta faja. Eran las costas de Tayabas.
A la entrada de este sendero apareció un hombre a caballo, al que se distinguía difícilmente a la pálida luz del crepúsculo; se detuvo de pronto, pareció conferenciar con algunos de sus compañeros, sin duda ocultos entre los áloes, y después arrojó al aire un cigarrillo encendido que describió una ligera faja de fuego.
Naturalmente el calor de la Línea eleva el agua en vapores, formando esa sombría faja. El observador que desde otro planeta contemplara el nuestro, vería cernerse sobre él un anillo de nubes con corta diferencia como observamos nosotros el de Saturno.
Si aquélla es de gancho, cede al esfuerzo, y se la baja hasta el suelo con cuidado para que no haga ruido, para lo cual se afloja una de las puntas de la faja poco a poco; si es de las que tienen candado, es mejor renunciar al golpe: la puerta es infranqueable.
Siempre que hablo con él, me ofrece un puro magnífico: «Che, Maltrana, oiga, galleguito simpático...». Y crea usted que es un hombre de gran sentido, que sabe ver las cosas como pocos... Eche una mirada al obispo, con toda su familia de admiradores tiránicos. Le han obligado a ponerse la sotana de seda con faja carmesí. ¡Y cómo le brilla la cruz!
Palabra del Dia
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