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Actualizado: 6 de julio de 2025
Finta de una dos a la cara, estocada al pecho y cuchillada a la cabeza decía don Rosendo, engullendo un soberbio trozo de merluza. Pues no lo hubiera usted pasado mejor si llego a hacer una combinación que tenía meditada contesta Villar. Amago la faja ¡pin! Ataco en falso a la cabeza ¡pin! Usted me contesta al brazo ¡pin! Yo hago una dos a la cara ¡pin! Usted contesta a la cabeza ¡ pin!
Llegaban los labradores, con la faja abultada por los cartuchos de dinero, a comprar lo que necesitaban para toda la semana allá en su desierto, rodeado de naranjos; iban de un puesto a otro las hortelanas, elegantes y esbeltas cual campesinas de opereta, peinadas como señoritas, con faldas de batista clara que, al recogerse, dejaban al descubierto las medias finas y los zapatos ajustados.
Sus manos siempre están ocupadas: o empaqueta el cigarro, o saca la navaja, o tercia la capa, o se cala el chapeo, o se aprieta la faja, o vibra el garrote: siempre está haciendo algo. Se le conoce a larga distancia, y es bueno dejarle pasar como al jabalí. ¡Ay del que mire a su Dulcinea! ¡Ay del que la tropiece!
En último resultado, la dije, ¿se niega usted a indicarme?... Nada sé; la recogí. Ignoro quién era; pero debe ser hija de buenos padres: las ropas que la envolvían eran ricas; llevaba, además, un magnífico medallón guarnecido de brillantes, y entre la faja un papel que decía: «Está bautizada, y se llama...» he olvidado el nombre; el que tiene ahora se lo pusieron en la confirmación.
Una vez terminada la recolección, huyen, llevando en la faja el producto de su trabajo y dispuestos á volver al año siguiente. La hora de la cena era el mejor momento de la jornada para los segadores de «La Nacional». Se reunían en grupos, atraídos por el vínculo del origen común ó por el encanto personal de la simpatía. Cenaban al aire libre, sentados en el suelo alrededor de la marmita humeante.
En la forma general, muy poco debia diferenciarse el trage de los dos sexos: camisa, túnica, faja y manto, eran comunes á hombres y mugeres.
¡Pues es necesario curarse! repitió en voz más alta y sin dejar de atravesarle con la mirada. Procuraré dijo Andrés entre dientes. ¿Cómo? Procuraré. Procurarás... está bien; está perfectamente dijo el cura dulcificándose un poco y continuando sus paseos. Lo primero que debemos hacer para curarnos es cuidar del abrigo, sobre todo del abrigo del estómago. Traerás faja, ¿no es cierto? No, señor.
¡Era para él! ¡Venían a retarlo a la puerta de su vivienda!... Miró fijamente su escopeta; se llevó la diestra a la faja, palpando el metal del revólver, tibio por el contacto del cuerpo; dio dos pasos hacia la puerta, pero se detuvo y alzó los hombros con una sonrisa de resignación.
De lejos no se advertía esta abertura horrible; pero de cerca parecía un anchísimo foso por donde pasaba un río entero, que desde lo alto sólo se escuchaba mugir pausadamente, divisándose apenas una como faja de plata, sin más distinción ni claridad; pues tal y tanta es la altura desde donde se mira.
Avanzaba tímidamente, al amparo de la ancha faja de obscuridad que proyectaban los naranjos, casi arrastrándose, como un ladrón que teme caer en una emboscada. Salió a la avenida cerca de la plazoleta, y cuando entró en ella experimentó una impresión de sorpresa al ver la puerta entreabierta, al mismo tiempo que cerca de él sonaba un grito.
Palabra del Dia
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