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Actualizado: 13 de junio de 2025
Abajo, en el patio, estaban los invitados, los parientes masculinos de los alumnos, y en las galerías los estudiantes de las cuatro estaciones que, al verse frente á frente, se examinaban con curiosidad, como vecinos de una misma casa, que sólo se tropiezan de tarde en tarde. Iban los más puestos de smoking, muy elegantes, como hijos de buenas familias que eran.
Era ésta bastante angosta y torcida: como domingo, no dejaba de haber alguna animación en ella; los vecinos estaban sentados a las puertas hablando, o jugando en las tiendas a la lotería. Al sentir los pasos del forastero, levantaban el rostro y le examinaban con curiosidad; el que pregonaba los números también suspendía su canto un instante para mirarle.
El único lujo ostentoso que se veía el domingo era el de los «cipreses». Estos pintureros y pisaverdes examinaban atentamente los trajes de las señoritas. A uno de ellos muy presumido le oí decir, refiriéndose a una niña cuya elegancia no se ajustaba a sus cánones: «¡es cache!». El pavipollo revoleó la varita y siguió al encuentro del rey de los cipreses, de Carlitos Nuezvana.
Curiosa seguramente es la anécdota que sigue. Un día se encontraban juntos en la corte Quevedo y Montalbán; estaba expuesto un cuadro de Velázquez, y el Rey y los cortesanos lo examinaban y juzgaban. El cuadro representaba á San Jerónimo, azotado por ángeles por leer libros profanos. Montalbán, por indicación del Rey, improvisó los versos,
Muchos de estos hombres eran jóvenes que habían envejecido en una hora y caminaban como valetudinarios. ¡Infelices! No irían muy lejos. Su voluntad era seguir, incorporarse á la columna; pero al entrar en el pueblo examinaban las casas con ojos suplicantes, deseando entrar en ellas, sintiendo un ansia de descanso inmediato que les hacía olvidar la proximidad del enemigo.
Aquí se oían alabanzas a los dueños de la casa, dichas en voz alta; allá se agrupaban otros a murmurar censuras; unos buscaban a sus conocidos; saludaban todos a los duques; los más serios o curiosos examinaban en los salones inmediatos las obras de arte coleccionadas con exquisito gusto, o los libros de lujo, puestos sobre las mesas de riquísimas incrustaciones; y los jóvenes, juntos con los viejos alegritos, parados en las puertas, pasaban revista a las que entraban, cambiando apretones de manos, diciendo lisonjas o recibiendo miradas que parecían señas.
Le examinaban como si entre el último encuentro y el minuto actual hubiese ocurrido un gran cataclismo transformador de todas las leyes de la existencia, como si fuese el único y milagroso superviviente de una humanidad totalmente desaparecida. Todas acababan por hacer las mismas preguntas: ¿No va usted á la guerra?... ¿Cómo es que no lleva uniforme?
Y la empujó, hasta hacerla pasar la puerta. Dentro, en el recibimiento, cesó su llanto. Miraba en derredor con asombro, asustada sin duda de haber llegado hasta allí. Sus ojos lo examinaban todo con estupefacción, como admirados de que cada objeto estuviera en el mismo sitio que cinco años antes, con una regularidad que hacía dudar de si realmente había transcurrido el tiempo.
Asunción y Presentación, después de registrar los bolsillos de su hermano, examinaban las polainas, el sombrero y la charpa, por ver, según dijeron, si aquellas prendas estaban agujereadas por alguna bala de cañón.
Entonces se hacían traer lista de todos los muchachos y muchachas, viudos y viudas del pueblo, capaces de casarse, y aun los hacían concurrir a unos y a otros a la puerta de la iglesia, y allí examinaban si algunos o algunas tenían tratado el casarse, o los padres de los muchachos les tenían tratado matrimonio; y a los que ya lo tenían tratado, que eran pocos o ningunos, procuraban se efectuase, si no hallaban causa para impedirlo; y a los demás allí mismo les hacían elegir mujer, o ellos se la señalaban, y, guardando las ceremonias de proclamas, los casaban tal vez todos en un día, por lo menos a muchos juntos.
Palabra del Dia
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