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Actualizado: 28 de julio de 2025


O mejor dicho, ¿cómo han de vivir sin el amparo de él, tal como está, los hombres que hoy se usan y nos gobiernan? ¿Cómo han de ser amos y señores de vidas y caudales si no tienen en sus manos todos los hilos por los cuales se conduce hasta los más escondidos rincones de la nación la voluntad, la amenaza y el zarpazo de la verdadera tiranía, mil veces peor que la muerte?... Y punto y aparte, porque si continúo por donde voy, pierdo los estribos.

La tempestad acababa desatándose en torrentes de lluvia o en abundantes copos de nieve. Luego se serenaba el aire y el sol resplandecía. Tal vez el iris se dilataba sobre el estrecho en arco majestuoso, cuyos estribos eran los cerros de una y otra margen. A veces asaltaba a los atrevidos navegantes el recelo de no acertar a salir de aquel laberinto y de tener que morir allí.

Pero he aquí que después de haber sentado en principio que únicamente entre nuestra clase se encontraban esas delicadas ideas del honor y esa elevación de carácter y de sentimientos que son el fruto de una educación adecuada a nuestro destino social, han asaltado el edificio novelesco de las falsas virtudes del estado llano y las han reducido implacablemente a un simple espíritu de emulación, de la cual nosotros tenemos también el honor de ser el vehículo: disertación que, seguramente, no me hubiera sacado de una meditación completamente extraña a lo que allí se decía, ni a propósito de la inalienable bajeza de los parias de Europa y de la poca confianza que había que tener en las costumbres del pueblo, no hubieran citado... ¡Gran Dios, mi sangre hierve al sólo recordarlo!... Se trataba de esa joven educada con tanto cuidado a la vista de Eudoxia, que hubiera respondido ciegamente de su inocencia... ¡Se trataba de Adela!... A este nombre perdí los estribos y, con un tono de voz que denotaba más cólera que curiosidad, pregunté el crimen que había cometido. «Casi nada dijo Eudoxia , una de esas cosas para las cuales su filantropía sentimental de usted reserva seguramente toda su indulgencia; una de esas pasiones decentes y platónicas que producen tan buen efecto en los dramas y en las novelas; un noble y tierno afecto por algún palurdo de la aldea inmediata, al cual va a hacer todos los días inocentes visitas que acabarán Dios sabe cómo.

El otro corrió, loco de dolor y de sorpresa, de un lado a otro de la plaza, con el vientre abierto y la silla suelta, mostrando por entre los estribos sus entrañas azuladas y rojizas, semejantes a enormes embutidos. Arrastraban las tripas por el suelo, y al pisárselas él mismo con sus patas traseras, tiraba de ellas, desarrollándolas como una madeja confusa que se desenmaraña.

A la derecha de la puerta principal se levantan las masas enormes de la Alcazaba y la torre de la Vela: á la izquierda las torres Bermejas casi arruinadas. Média entre los dos lados un vastísimo espacio, un abismo como de 60 metros, que en tiempo de los Moros estuvo salvado por un puente colosal, suspendido en el aire y que tenia sus estribos ó extremidades en la Alcazaba y las Bermejas!

Los más de los caballeros que agora se usan, antes les crujen los damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya no hay caballero que duerma en los campos, sujeto al rigor del cielo, armado de todas armas desde los pies a la cabeza; y ya no hay quien, sin sacar los pies de los estribos, arrimado a su lanza, sólo procure descabezar, como dicen, el sueño, como lo hacían los caballeros andantes.

Cierto es que perdí los estribos cuando el buen Maestro me mandó ayunar, pero bien se explica eso recordando que pan y agua es triste dieta para un cuerpo y un apetito como los que Dios me ha dado. También es verdad que le senté la mano el cernícalo de Ambrosio, pero la zabullida de que se queja no pasó de un susto sin consecuencias.

Los caballos sin jinete emprendieron un galope loco á través de los campos, con las riendas á la rastra, espoleados por los estribos sueltos. Y después del rudo vaivén que le hicieron sufrir la sorpresa y la muerte, se dispersó, desapareciendo casi instantáneamente, absorbido por la arboleda. Junto á la gruta sagrada

Los tranvías pasaban atestados, con racimos de gente desbordando de sus estribos.

Comprendía don Fermín que su influencia iba disminuyendo, que la fe de Ana se entibiaba y en cambio crecía la desconfianza en ella; y como perder del todo a su Regenta era idea que le asustaba, dando tormento al orgullo, a los celos, hacía de tripas corazón, fingía no ver, y mantenía su poder espiritual claudicante «con puntales de tolerancia y estribos de paciencia». La ira la desahogaba sobre el Obispo y con la curia eclesiástica.

Palabra del Dia

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