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Actualizado: 15 de junio de 2025


Y Hans Keller describía después al hombre, siempre inquieto, estremecido por misteriosas ráfagas, incapaz de sentarse como no fuese ante el piano o la mesa de comer; recibiendo de pie a los visitantes, yendo y viniendo por su salón, con las manos agitadas por nerviosa incertidumbre, cambiando de sitio los sillones, desordenando las sillas, buscando una tabaquera o unos lentes que no encontraba nunca; removiendo sus bolsillos y martirizando su boina de terciopelo, tan pronto caída sobre un ojo como empujada hacia el extremo opuesto y que acababa por arrojar a lo alto con gritos de alegría o estrujaba entre sus dedos crispados por el ardor de una discusión.

Otra vez, al querer alcanzar al mismo tiempo un ovillo de estambre que había rodado por la arena del jardín, el pelo de ella, rozándole la cara, le había estremecido, cual si su alma vibrara dentro de su cuerpo. Con frecuencia, sin dar al olvido sus encantos morales, se había parado a grabar en el fondo de su imaginación aquellas líneas que dibujaban un cuerpo formado de bellezas.

Feli no pudo contenerse por más tiempo, y su carcajada infantil rodó en el silencio como una campanilla de plata. Así transcurrió la noche. Los amantes ya no reían; callaban, como si durmiesen. En su habitación gemía la cama con ligeros temblores, cual si anduviesen ratas por debajo de ella. Al otro lado del tabique hablaba en sueños el señor Vicente, estremecido por el horror de sus visiones.

El islote, estremecido, arrojaba fuera a sus alados habitantes. En lo más alto, como puntos negros, volaban hacia la isla grande otros pájaros fugitivos: los halcones que se refugiaban en el Vedrá y daban caza a las palomas de Ibiza y Tormentera.

Al mismo tiempo Juana Oates, la hija del zapatero niña dotada de una imaginación muy viva , afirmaba no sólo que los había visto, sino que se había estremecido de horror, como se estremecía todavía al hablar de eso.

Esto despertó mi curiosidad y marché hacia allí; pero no había dado dos pasos, cuando me detuve asombrado y estremecido, porque en el fondo de la plazuela, y en el ángulo que ésta formaba con una calle, vi una mano que me hacia señas; , una mano blanca que me llamaba. Dirigíme allá, y en unos cuantos segundos se disipó la ilusión.

Martín tomó la mano de su mujer y con un esfuerzo último se la llevó a los labios . ¡Adiós! murmuró débilmente, se le nublaron los ojos y quedó muerto. A lo lejos, un clarín guerrero hacía temblar el aire de Roncesvalles. Así se habían estremecido aquellos montes con el cuerno de Rolando.

¡Virgen de la Soleá! ¡Mis hijos!... ¿Qué van a comé los pobres churumbeles si su pare no pué picá?... Carmen se levantó. ¡Ay, no podía más! Iba a caer desplomada si seguía en aquel sitio obscuro estremecido por ecos de dolor. Necesitaba aire, ver el sol. Creía sentir en sus propios huesos el mismo suplicio que hacía gemir a aquel hombre desconocido. Salió al patio.

He cruzado en una de las mas claras noches de verano una llanura yerma y erizada de peñascos: he creido encontrarme en el imperio de la muerte. Cada peñasco me ha parecido una fantasma, y me he estremecido hasta al ver mi sombra apareciendo y desapareciendo sobre cada una de las rocas.

Entonces Gloria, de repente, a la mitad de una frase, se levantaba enojada consigo misma y me decía bruscamente: Adiós; hasta mañana. Dame la mano siquiera para despedirte. Me la daba, y yo la retenía a la fuerza algunos minutos más. De pronto alzaba la cabeza en señal de susto, y decía en voz alterada: ¡Siento ruido! Yo, estremecido, soltaba la mano, y ella se alejaba riendo del engaño.

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