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Actualizado: 28 de octubre de 2025
El Arcipreste se había acercado más al Provisor, y estirando el cuello, de puntillas, como pretendiendo, aunque en vano, hablarle al oído, había dicho después: «Ella ha visto visiones... pseudo-místicas... allá en Loreto... al llegar la edad... cosa de la sangre... al ser mujercita, cuando tuvo aquella fiebre y fuimos a buscarla su tía doña Anuncia y yo.
Mientras Susana le miraba compasiva, el filósofo recorría la pieza, metiendo las narices, estirando el hocico, con movimientos de cabeza más de desdén que de asombro. A veces, tendía la mano para palpar un objeto, pero se contenía. No temas, Nanita decía, ya sé que esto se llama mírame y no me toques.
Iban alguacil delante y familiar detrás, estirando a cual más podían las zancas y alargando los pescuezos, aficionado el uno al agasajo que de seguro le harían en aquella principalísima casa mientras esperase, y desasosegado y agonizando el otro por volver a ver a doña Guiomar; y esperaba el alguacil que alguna linda doncella, o dueña de no malos bigotes viniese a él, por mandamiento de su señora, para hacerle menos enojosa la espera; que el alguacil no podía creer sino que a cosa de amores volvía el familiar solo a la casa, y sin color de justicia, y que por esto se había salido de la casa sin prender a nadie; y en cuanto al familiar, no pensaba nada, sino que de él tiraban duendes o diablos para llevarle a su perdición; y aunque él no quería, salíasele el alma al mezquino, como si su alma hubiese querido llegar súbitamente y juntarse con aquella otra alma que dentro de aquel hermosísimo cuerpo vivía.
La vida matrimonial se le hacía inaguantable... Por eso se separó de su marido y se echó a llorar sin consuelo... Felizmente, en la azotea del palacio anidaba una pareja de cigüeñas. Eran curiosas, y como tenían las patas muy largas y muy largo el cuello, parándose en la punta de las patas y estirando el cuello, veían por las ventanas lo que pasaba adentro del palacio.
Comprendía lo que se llamaba el barrio de la Encimada y dominaba todo el pueblo que se había ido estirando por Noroeste y por Sudeste. Desde la torre se veía, en algunos patios y jardines de casas viejas y ruinosas, restos de la antigua muralla, convertidos en terrados o paredes medianeras, entre huertos y corrales. La Encimada era el barrio noble y el barrio pobre de Vetusta.
A la mañana siguiente, el sanitario le esperaba en el mismo sitio con una servilleta llena. ¡Barbudo servicial y bueno!... Le ofreció una moneda de oro. Nein contestó estirando su boca con una sonrisa maliciosa. Dos rodajas brillantes aparecieron en los dedos de don Marcelo.
Freya rió de la belleza típica del ostricario y las miradas ardientes que dirigía por costumbre á todas las damas que entraban en el establecimiento... Un verdadero hallazgo para una viajera ansiosa de aventuras con color local. En el fondo, una pequeña orquesta acompañaba la voz de un tenor, ó sonaba sola, estirando las melodías, amplificando los compases con napolitana exageración.
¿Ehhh...? preguntó alarmadísimo el señor Bellido, estirando el pescuezo y asomando las pupilas por encima de las cuadradas antiparras. ¿Cómo que no? ¿Pues no acabamos de hablar mano a mano y como Cristo nos enseña? terció, sofocada, Xuantipa. Yo prefiero no mezclar a mi amigo, el señor Coliñón, en estos asuntos dijo Belarmino.
Dos caballos iban de un lado á otro con paso tardo, buscando las hierbas ralas para mascarlas, y un hombre estaba sentado en el suelo teniendo un rifle sobre las rodillas. Cachafaz le habló al oído tenuemente. Es uno de los que se llevaron á la patroncita. Por más que miró Watson estirando su cuello, no pudo ver á otra persona.
Bonis se acercó al lecho a tientas, estirando el cuello, abriendo mucho los ojos y pisando de un modo particular que él había descubierto para conseguir que las botas no chillasen, como solían. Esta era una de las fatalidades a que se creía sujeto por ley de adverso destino; siempre las suelas de su calzado eran estrepitosas.
Palabra del Dia
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