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Actualizado: 1 de junio de 2025


¡Qué leyenda estúpida! exclamó Maltrana . Al vulgo le place ver los personajes históricos a su gusto, como héroes de novela folletinesca que arrostran toda clase de asechanzas para que al fin triunfe su inocencia en el último capítulo.

Los que poseían algún dinero estaban obligados á emprender una peregrinación de tienda en tienda ó formar cola á la puerta de los Bancos para cambiar un billete. ¡Ah, la guerra! ¡La estúpida guerra! En mitad de los Campos Elíseos vieron á un hombre con sombrero de alas anchas, que marchaba delante de ellos lentamente y hablando solo.

Algunos invitados la oían con tina atención dolorosa ó una inmovilidad estúpida, pensando indudablemente en cosas remotas. Otros parpadeaban, haciendo esfuerzos para repeler el sueño que corría hacia ellos montado en el sonsonete de las rimas.

No se le ocultaba que el lance había sido provocado por Tristán a causa de sus ridículos celos, y aunque amaba ciegamente a su marido su conciencia no podía menos de sublevarse contra tal barbarie, contra una injusticia tan notoria. Aquel desenlace trágico la llenaba de confusión y de terror. ¿Qué hombre era éste que por una estúpida aprensión llegaba a dar muerte a un chico inocente?

Ayer era un hombre de mundo, un verdadero gentleman, y, hasta puedo decirlo prescindiendo de falsas modestias, un caballero cuyo trato se disputaban todos. Hoy sólo soy un notario. ¿Y quién sabe si lo seguiré siendo mañana? Una indiscreción del lacayo bastaría para divulgar esta estúpida aventura.

Bajó Fortunata los peldaños riendo... Era una risa estúpida salpicada de interjecciones. «¡A , decirme...! Si no me echan, la cojo... le levanto... pero no , no recuerdo bien si le arañé la cara. ¡A decirme! Si le pego un bocado no la suelto... Ja, ja, ja...». Le temblaban tanto las piernas, que al llegar a la calle apenas podía andar.

Unos contestaban a las preguntas del presidente en alta voz, con un placer visible, y pasaban a la izquierda sin esperar la orden; otros parecían sorprendidos por la llamada del presidente, ponían cara estúpida, miraban en torno, sin comprender nada, como si hubieran olvidado su propio nombre o como si creyesen que había en la sala otras personas que tuvieran el mismo.

Con una palabrita, con un simple «habría podido poner término a todos sus tormentos, habría podido vivir hasta el fin de sus días en la abundancia y en la alegría; y que no quisiera pronunciarlo, por una obstinación estúpida e inconcebible, que todas sus diligencias para casarlo quedaran infructuosas, era lo que su madre no podía perdonarle. Dos años transcurrieron así.

¿Qué Nanín? preguntó Aldama por cuyos ojos pasó una nube. ¿Qué Nanín ha de ser? El marquesito del Lago. Me ha dicho que los ha visto en su casa y que había sentido mucho no encontrarle a usted. La impresión que Tristán sintió con estas palabras fue tan violenta, que un golpe en la cabeza no le hubiera dejado más aturdido y paralizado. Sólo pudo exclamar con forzada y estúpida sonrisa: «¡Ah

CLEOPATRA. Pero el sitio no es nada bonito. CLEOPATRA. Claro, montañas, hondonadas... En suma, una cosa estúpida. Esta piedra tan grande, por ejemplo, ¿qué hace aquí? ¡Quitadla! CLEOPATRA. ¡Y luego esos árboles! No, esto es muy feo. Me ahogo aquí. Vos mismo estáis avergonzado, no podéis negarlo. Pero me parece que debo daros una respuesta. ESCIPIÓN. ¿Una respuesta?

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