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Actualizado: 28 de junio de 2025


Allá distingo las olas luminosas rompiéndose en las escolleras y lanzando al aire su espuma fosforescente. ¡Atención, Van-Horn! ¡Ten firme la caña del timón! Uno de los más espléndidos fenómenos que se admiran en los océanos es, sin duda, la fosforescencia marina, cuya intensidad depende de los climas y de la mayor o menor cantidad de zoófitos que haya en las aguas.

Aquellas figuras que huyen del nublado se destacan por oscuro sobre el fondo del mar tendido de espuma. Son cuatro niños descalzos, con los pelos crespos y una mujer de luto.

Unas veces risueño, como en el día de pesca, acompaña el idilio amoroso de Andrés; otras veces es campo de palestra virgiliana para las barcas del cabildo de Abajo y del de Arriba; y en la prodigiosa galerna final parece que lleva consigo, al estrellarse contra las Quebrantas y salpicarlas de rabiosa espuma, todas las iras, todos los odios y todas las venganzas de los personajes. ¡Arte singular de Pereda: saber hacer paralelos de esta suerte los fenómenos de la naturaleza y los del espíritu!

Y cuando estas tempestades no son metafóricas; cuando real y verdaderamente despliega el mar todas sus furias, y no por excepción, sino constante y diariamente, va educando el mar en los pueblos que le ciñen y sin cesar le hostigan y provocan a desafío, una raza tan entera, tan indomable y tan bravía como los mismos huracanes, cuyo rugido acaricia su sueño; tan áspera como las puntas de la costa, sin cesar invadidas, salpicadas y agrietadas por la deshecha espuma; tan amarga y tan acentuadamente salina en la voz y en los ademanes, como que la comunicaron su penetrante acritud las ondas mismas; tan avezada a mirar la muerte de frente, que ni cabe en su ánimo el temor pueril, ni la alegría insensata, ni el fácil y liviano contentamiento, sino una cierta melancolía resignada, un cierto modo grave, llano y sereno de mirar las cosas de la vida como si fuese palestra continua, en que el brazo se fortifica y se dilata el pecho, y la batalla se acepta cuando viene, sin provocarla estérilmente.

A veces un repentino remolino rompe la irisada capa, y pequeñitas manchas de agua pura se destacan en negro como lagos sobre el fondo colorado. En cuanto á los estratos de espuma, unos se detienen por las orillas, otros se ensanchan por el impulso de la corriente, y se curvan formando semicírculos, espirales y ondulaciones graciosas.

Después de haber satisfecho mi primer entusiasmo atravesando varias veces el charco profundo donde se agitan las aguas, y después de haber querido remontar la corriente, levantando á mi alrededor un caos de olas precipitándose unas con otras, descanso abandonándome tranquilamente á la felicidad de la vida sobre el agua dulce que me acaricia. ¡Qué alegría sentarme sobre una piedra bajo el chorro de la cascada, sentir caer el agua sobre como sobre una roca y verme envuelto en un manto de espuma! ¡Qué placer también dejarme arrastrar por las aguas corrientes hasta un escollo donde me agarro con una mano, mientras que el resto de mi cuerpo, levantado por las olas, flota de un lado á otro bajo el impulso de la corriente!

A través de su cuerpo se veían los árboles, el banco cercano, las gentes que pasaban. Parecía de cristal, de humo sutil, de espuma impalpable. La hizo señas para que la siguiese, y echó á andar al ver que la vieja le obedecía. ¡Ay, mis piernas!... No podré seguir. Son varios kilómetros. ¡No llegaré nunca!...

Tal es la desgracia que ocurre ya en algunas regiones del Mediodía, en la Provenza, en España, en Italia, en la India. A su salida de los montes, el susurrante arroyo parece que vaya á salvar de un sólo salto la distancia que le separa del mar; su espuma choca contra las piedras, corre precipitadamente por las pendientes y llena las depresiones profundas de un azul insondable.

También ha visitado la América, donde hay unos salvajes muy mansos que agasajan a los viajeros, y donde los ríos, grandísimos como todo lo de aquel país, se precipitan desde lo alto de una roca formando lo que llaman cataratas, es decir, un salto de agua como si medio mar se arrojase sobre el otro medio, formando mundos de espuma y un ruido que se oye a muchísimas leguas de distancia.

No podíamos navegar; las olas enormes nos inundaban la ballenera; teníamos que sacar el agua con las gorras; la espuma nos azotaba la cara y el viento nos apagaba el farol cuando queríamos ver la brújula, y nos dejaba sordos. Luchamos durante dos días con la lluvia, y a la mañana del tercero vimos la isla de Lanzarote como una nube.

Palabra del Dia

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