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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Entreabrió a punto la mampara un paje, asomó la cabeza, y dijo a su señora que el familiar del Santo Oficio que había estado antes, había vuelto, y que decía que por la señora era venido; y doña Guiomar mandó le llevasen al estrado, y que le rogasen que allí esperase.
El cariño á su Luis, á quien veía de tarde en tarde, y la placidez de una buena digestión, inclinábanle á las confidencias; y miraba á Aresti con ojos bondadosos é interrogantes, como si sólo esperase una indicación suya para romper á hablar. Vamos, desembucha dijo el médico alegremente.
Y el amante sin venir... Sintió impulsos de salir en su busca; pero ¿dónde encontrarle? Desde niña no había estado en la ciudad, desconocía sus calles, podía cruzarse, sin saberlo, con Rafael, vagar errante mientras él la esperase en el hotel. Mejor era aguardar. Acababa el día. En el cuarto extendíase la sombra del crepúsculo, confundiendo los objetos.
El puma se había ido aproximando con un gruñido hipócrita, como si esperase verle de espaldas para caer sobre él. Rosalindo se inclinó, enviándole otro peñascazo que le hizo huir por segunda vez de aquella tumba que consideraba como su guarida. Continuó el gaucho su marcha. Al día siguiente vió unos guanacos salvajes que corrían por el límite del horizonte.
Gallardo, siempre pálido y risueño, saludaba, repitiendo «muchas grasias», conmovido por el contagio del entusiasmo popular y orgulloso de su valer, que unía su nombre al de la patria. Una manga de «golfos» y greñudas chicuelas siguió al coche a todo correr de sus piernas, como si al final de la loca carrera les esperase algo extraordinario.
Debía volver a acostarse... Hubo una larga pausa, como si el enemigo, al escuchar los crujimientos del jergón, esperase que el habitante de la torre fuera a salir de un momento a otro. Pero transcurrió algún tiempo, y la voz ronca e injuriosa volvió a sonar en la calma de la noche. Le llamaba cobarde otra vez; invitaba a salir al mallorquín. «Sal, hijo de...»
Gallardo se estremeció de emoción al anunciarle un día su apoderado que doña Sol acababa de llegar sin que nadie la esperase. El espada fue a verla inmediatamente, y a las pocas palabras sintiose intimidado por su fría amabilidad y la expresión de sus ojos. Le contemplaba como si fuese otro.
No, señor; pero me ha regalado dos onzas de oro porque pasara recado, y como no era decente que esperase respuesta en el zaguán, lo he hecho entrar en el cuarto de estudio. ¡Y dices que te ha dado dos onzas de alboroque! Pues ha de ser algo de importancia lo que trae a ese sujeto.
En tiempos anteriores a la Revolución, se trató de eso. Si Vd. no quiere molestarse, o sus ocupaciones se lo impiden, podría yo tomar algunas notas y dárselas. Al señor de Ágreda un sudor se le iba y otro se le venía: aquello era como si en las calles se esperase ya su discurso. Las palabras de Pepe tenían algo de aura popular y mucho de tentación.
Toledo estaba presente acompañando á su discípulo, y miró en torno de él con extrañeza, lo que dió lugar á que la orden se repitiese en un tono más imperioso. ¡El coronel era él!... Durante algún tiempo creyó don Marcos en un capricho de la princesa. El día que menos lo esperase le retiraría el coronelato.
Palabra del Dia
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