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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Así que se vio sano comenzó de nuevo a bravear y hacer piernas esforzándose en levantar pesos enormes y enseñando de nuevo los músculos del brazo. Pero no bastaba esto a sus ánimos y a su presunción de varón atlético y gladiador: quería demostrar alguna vez que estas fuerzas que el cielo le había concedido podían utilizarse y dejar bien sentada en el colegio su fama de valiente y esforzado.

Navarro empezó a decaer después de la confesión, y se aplanó tanto aquella noche, que no podía moverse y hablaba con mucha dificultad. Su hermano no se movía de su lado. Tengo que hablarte le dijo Carlos, esforzándose en sacar del pecho la voz . Yo me muero y no quiero morirme sin confesar que te debo inmensos beneficios, que te has conducido cristianamente conmigo.

Pero, á pesar de su cólera, tenía que sufrirla cerca de él, esforzándose al mismo tiempo por evitar que trascendiese al exterior la segunda nacionalidad que había adquirido con su matrimonio. Representaba un gran tormento para don Marcelo contener sus palabras cuando estaba en el comedor con la familia.

La vieja señorita calló. Enjugó con sus manos enflaquecidas dos lágrimas que corrían por su ajada fisonomía; luego agregó esforzándose por sonreir: Perdón, primo mío: bastante tiene usted con sus desgracias... Excúseme... Por otra parte es tarde; retírese. Usted me compromete.

Cuando al retirarse a casa salió acompañada de su tío, había en la puerta una manada de caballeretes esperando para verla de cerca; don Quintín, que así se llamaba su Argos, puso cara feroz y ella, esforzándose por reprimir la alegría, procuró estar seria. Nadie durmió sosegadamente aquella noche en el estanco.

Había en este entretanto vuelto Dorotea en , y había estado escuchando todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de quién ella era; que, viendo que don Fernando aún no la dejaba de los brazos, ni respondía a sus razones, esforzándose lo más que pudo, se levantó y se fue a hincar de rodillas a sus pies; y, derramando mucha cantidad de hermosas y lastimeras lágrimas, así le comenzó a decir: -Si ya no es, señor mío, que los rayos deste sol que en tus brazos eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de ver que la que a tus pies está arrodillada es la sin ventura, hasta que quieras, y la desdichada Dorotea.

Aquellas gentes preferían verse solas. ¿Iba él a bailar con una atlota a sus años y con su aspecto malhumorado que infundía respeto y frialdad?... Tendría que permanecer con Pep y otros, aspirando el olor del tabaco de pota, hablando de la almendra y del miedo a que se helase, esforzándose por abatir su pensamiento al nivel del de estas gentes. Al fin se decidió a ir al pueblo.

Era algo enorme y transparente que se había interpuesto entre los dos. Se veían, pero sin poder tocarse: estaban separados por una distancia dura y luminosa lo mismo que el diamante, que hacía inútil todo intento de aproximación. Cinta no sonreía nunca. Sus ojos estaban secos, esforzándose por no llorar mientras el marido permaneciese cerca de ella.

En efecto; siento lástima de la señorita. Quiero decir... Lléveme usted a casa... Amigo añadió esforzándose en aparecer jovial su discurso y me pareció muy bonito. ¡Qué bien habla usted, qué bien!... Da gusto... Basta de lisonjas dijo el clérigo; y luego mirándome añadió : y usted, señor militar-teólogo, ¿de qué arterías se ha valido para sacar de su casa a esta señorita?

Ya me quiere echar... ¿ve usted...? dijo Moreno mirando a Barbarita y esforzándose en sonreír para ocultar su turbación . Y luego quieren que no viaje. No, no le conviene andar siempre de ceca en meca, como un viajante de comercio que va enseñando muestras.

Palabra del Dia

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