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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Obdulia estaba pálida de emoción. Se moría de envidia. «¡El pueblo entero pendiente de los pasos, de los movimientos, del traje de Ana, de su color, de sus gestos!... ¡Y venía descalza! ¡Los pies blanquísimos, desnudos, admirados y compadecidos por multitud inmensa!». Esto era para la de Fandiño el bello ideal de la coquetería.
Confiadamente me atrevo ya á suplicaros que prosiga vuestra dignación los favores de vuestro gran padre, para lo que nos basta sólo que admitais benigno esta breve noticia de nuestras fatigas; que bien se yo y sabemos todos los Jesuitas, que la sombra sólo de vuestro augusto nombre, templará nuestros afanes, enjugará nuestros sudores y hará que respetuosa aun la envidia de tanta fortuna, pronuncie y para como aplausos y alabanzas, aun lo que aprenda y conciba como dicterios y calumnias.
Acabas de pasar una hora conmigo desde que nos hemos encontrado en la calle del Príncipe. Quiero que me digas con sinceridad si en esta hora te has aburrido... No sólo no me he aburrido, sino que he pasado uno de los ratos más felices de mi vida. ¿Lo ves? ¿Qué mérito tiene entonces lo que hemos hecho? Lejos de juzgarnos dignos de admiración, somos dignos de envidia por lo que hemos disfrutado...
Pues verás, La tía esa indecente, la Fenelona, francesota, más mala que el no comer, dice que este hijo que tienes no es hijo de quien es, sino de D. Segismundo. Tú ríete, tonta, que eso no es más que envidia». La prójima no chistó; pero bien se conocía que aquellas palabras habían hecho en su espíritu un efecto desastroso.
Pero éste, que muy bien pudiera haberse quedado atrás, estaba perfectamente acomodado en el presbiterio entre los curas, el alcalde y varios concejales, lo cual levantaba en su corazón una ola de envidia que le sofocaba aún más que las rodillas del jayán que tenía detrás. Tal era su destino.
En primer lugar, siendo yo mocita casadera, y si no ocupando cierta posición, aspirando a ocuparla, debí dejar de ir por agua a la fuente y a lavar al albercón. Debí darme más tono. Y ya que no me lo di, aún fue mayor disparate el querer de repente transformarme en dama y eclipsar y aturdir y excitar la envidia y la rabia del señorío mujeril de este lugar.
Algunas veces había pensado que había ciertas mujeres, pocas, que tenían un no sé qué, merced al cual ella sentía así como una disparatada envidia de los hombres que podían enamorarse de ellas; esas mujeres que ella concebía que fuesen queridas por los hombres, no eran como la mayor parte, que, guapas y todo, no comprendía qué encontraban en ellas los varones para enamorarse.
La envidia, la avaricia, y ambicion habian ocupado sus ánimos en lugar del antiguo valor, y de la mucha conformidad, y piedad Cristian, que los hizo tan estimados y venerados en todas las Provincias.
Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la Fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que, a despecho y pesar de la mesma envidia, y de cuantos magos crió Persia, bracmanes la India, ginosofistas la Etiopía, ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir, si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las armas.
Y Currita se enterneció otra vez, emboscando entre sus nuevas lagrimitas este ruego inocentísimo: Lo único que pido es que escriba usted mismo a la señora la verdad de lo que está pasando... ¡Le tengo un miedo a los enredos, a los chismes de este Madrid!... ¡Esa Isabel Mazacán es tan chismosa... me tiene una envidia!...
Palabra del Dia
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